Enrique García-Agulló

Euroorden vs Unión Europea

Venimos viviendo una constante sangría de competencias nacionales arrambladas por quienes mejor situados estén para llevarse las cosas a sus territorios étnicos y periféricos

Enrique García-Agulló

La Unión Europea es aún menor de edad y tiene demasiadas tutelas repartidas por cada uno de los sistemas legislativos, ejecutivos y judiciales de cada país que no se logran armonizar en una única voz. Por mucho parlamento que tengamos y que, por cierto, cuesta ... un riñón, por mucha Comisión que más nos cuenten y muchos otros altos cargos e instituciones más, no tenemos aún esa armonía que a todos nos ampare y defienda. Hay reconocimiento de títulos académicos, supresión de fronteras, un deseo de un sistema sanitario común, las becas Erasmus, los convenios de pesca o, una misma moneda que tanto facilita las cosas. Y hasta unos pasillos para que sus ciudadanos podamos acceder con prioridad a las puertas de embarque de sus aeropuertos, pero no hay fuerzas armadas europeas, ni de seguridad comunes ni, a lo que se ve, tribunales que se auxilien en su tarea.

Europa está así. Ahora somos veintisiete países, veintisiete naciones con un interés en un común proyecto, pero con una historia plagada de recelos y desconfianzas que a tantas guerras nos ha llevado durante todos estos pasados siglos de la Historia, desde muchísimo antes del Imperio Romano. No somos todavía una familia consolidada y, sin haber llegado a serlo, cada día se nos aparecen claras desavenencias por un lado o excesivos protagonismos por el otro y ya hemos tenido nuestro primer divorcio con lo del Brexit. Una carga genética demasiado potente aún, como diría algún ilustrado del presente.

Con las euro órdenes me parece a mí que pasa mucho de esto porque, ahí ven, está lo del juez Llerena y, a lo que se están viendo, está lo de los jueces de Bélgica, de Alemania o de Italia que derivan su decisión hacia otra instancia superior que determine en su día lo que resulte más adecuado, de manera que más que una orden lo que parece es el planteamiento de una tesis de un tribunal, digamos que doméstico, por discutirse y dilucidarse. Falta ese paso esencial de que la dichosa euro orden sea ejecutiva por sí misma y para que, cuando se dicte, se acepte sin mayor corrección, que ese auxilio judicial sea verdadero y no se discuta porque, si no, es a lo que estamos ahora, tú dices esto y ya te diré yo lo que pienso.

No tener fronteras está muy guay pero cada uno de nuestros países sigue teniendo la suya en su propia policía, en sus fuerzas armadas, con sus mandamases, sus ordenamientos jurídicos, su legislación y, como bien lo vemos, con sus distintos sistemas judiciales, cosa que a los españoles no nos debería llamar mucho la atención porque, desde Rodríguez Zapatero hasta el presente, venimos viviendo una constante sangría de competencias nacionales arrambladas por quienes mejor situados estén para llevarse las cosas a sus territorios étnicos y periféricos.

Las cosas son así y no nos tenemos que llevar las manos a la cabeza desesperados porque un juez de un partido judicial de lo más recóndito de Europa le cuestione a nuestro Tribunal Supremo la viabilidad de su resolución y le discuta, dialécticamente sea dicho, la legalidad o la ilegalidad de su pronunciamiento, hasta ahí podríamos llegar. Lo que yo me pregunto es por qué también en esto se ha ido haciendo la casa al revés, esto es, empezando por el tejado en vez de por los cimientos. Mucha Decisión Marco del Consejo de 2002, mucha Ley española de 2014, pero las cosas siguen como están, con Puigdemont empapelado en España y haciendo su peculiar gira por los juzgados de esa otra parte de Europa que, al ritmo con que se mueven los papeles en Justicia, lo cierto es que para él y para su pandilla, en lo propagandístico, con sus abogados propios o con los prestados, las cosas le van de maravilla.

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