Enrique García-Agulló
El español que se va
«Les da como repulsión y urticaria políticas decir en voz alta el nombre de España, traducción castellana de la vieja Hispania y común tesoro de sentimientos patrios»
Leía la pasada semana en ABC una crónica de su corresponsal en Bruselas, Enrique Serbeto, y aún no salgo de mi asombro. La cosa iba por lo del español o, constitucionalmente hablando, del castellano y de su uso en la Unión Europea, de cómo desde ... la presidencia de Rodríguez Zapatero ha ido perdiendo fuelle y sitio por dárselo a las otras lenguas españolas con el detalle de que los hablantes de las mismas no lo eran del castellano de manera que, por eso, en tiempo de este particular socialista, en vez de que en Europa lo habláramos 47 millones de españoles nos quedamos en que lo hablamos nada más que 35 millones.
La verdad es que es muy difícil entender a estas izquierdas de estos últimos años, nada que ver con antiguos principios suyos como la universalidad y el internacionalismo que tanto han cantado al unísono y que, ahora, por trincar poder, están optando por vías más localistas, como más burguesas, más reduccionistas, más de lo nuestro que no de lo de todos, vamos, que les da como repulsión y urticaria políticas decir en voz alta el nombre de España, traducción castellana de la vieja Hispania y común tesoro de sentimientos patrios.
En la Unión Europea convivimos 27 naciones, creo que con 24 lenguas reconocidas porque, en algunas de ellas, se considera como otra lengua oficial en sus territorios otras de las ya habladas en otros de sus Estados miembros, reminiscencias de antiguos dominadores o de que, con los repartos de reinos, principados, repúblicas o ducados que se hicieron naciones en la Europa del XIX, mantuvieron dentro de alguna comarca de sus fronteras las antiguas lenguas de quienes antes les habían gobernado.
No es el caso de España que, desde los Pirineos hasta las Islas Canarias, desde las Baleares hasta la Raya de Portugal, hablamos hace ya muchos siglos la misma lengua romance, con todas las circunstancias reconocidas en nuestra actual Constitución de algunas regiones que tienen derecho a usar además como cooficial la lengua propia que en ellas cohabitaba con la común de Castilla, favoreciendo la unión y el comercio entre todos los territorios españoles y que, hoy, se quiere relegar en la enseñanza.
En Europa hay más de cien millones de personas que hablan alemán, casi ochenta de francoparlantes y casi sesenta de italohablantes, además de todas las demás lenguas que por este viejo Continente se hablan y, nosotros, hasta que llegó Zapatero, éramos cuarenta y siete millones de hispanoparlantes que, por mor de las concesiones socialistas a sus socios periféricos, nos hemos quedado en torno a los treinta y tanto millones con el agravante, además, como nos cuenta el corresponsal, de que los documentos que, por ejemplo, se mandan en catalán o en eusquera a Bruselas, Bruselas se los devuelve a España para que se los traduzca en la lengua oficial, tamaño disparate y retraso sin explicación alguna. E, ítem más, con este panorama, cada vez que los líderes europeos se asoman a la ventana de la televisión para contarnos sus cosas nos las suelen contar en inglés cuando, siendo así que, desde que los británicos se largaron, en Europa sólo tienen inglés como lengua oficial cinco millones de irlandeses y medio millón de malteses que, además, unos hablan gaélico y otros, maltés.
El español, como se llama fuera de España el castellano, es la segunda lengua del mundo. Se habla en Europa, América o África y es una singular vía de comunicación, especialmente, para los países americanos que muchos de ellos, no lo olvidemos, son ribereños del Océano Pacífico y, por lo tanto, mostrador principal para despachar mercancías con esa otra orilla de tan Grande Mar cara a las costas asiáticas, sus islas y archipiélagos, así que, ya ven, también están los socialistas recortando en esto y así nos están yendo las cosas, desaprovechándose caudales históricos por doquier.