El emérito
Al Rey padre no le veo como profesor, quizás más como soldado, así que, cumplidos sus servicios, ojalá disfrute su jubilación
Muchos de nuestros políticos son prestos a dar nombres nuevos a las cosas para perpetuarse. Para ello cuentan con una corte de asesores cuyo quehacer cotidiano gira principalmente en presentarles cada día el argumentario de lo que tienen que decir para que se crean que ... lucirán como iconos frente al común de los mortales que jamás podríamos llegar a ser tan ocurrentes.
Tienen como faro el oportunismo y, ante tanto destello, ni tan siquiera ven lo que hay a sus pies, una verdadera pena que nos deja sin conocer cómo son realmente. Sus vidas pasan entre frases y acciones acuñadas que, con el tiempo, se vuelven cansinas y rancias. Unos llevan años invocando el fantasma de la corrupción cuando en sus filas arrastran una serie de altos cargos condenados o pendientes de sentencias. Otros preparan querellas. Otros hacen del independentismo su modo de sobrevivir. Los hay quienes se vanaglorian de sus modestos orígenes y se compran casoplones. U otros someten al jefe sus lealtades para que no les bajen del carro.
Ahora tenemos de nuevo elecciones. ¿Y qué papel juegan los asesores? Pues además de los argumentarios del día, vestir de elecciones a sus políticos asesorados según sea el partido al que pertenezcan, cosa que tampoco es tan original, porque no hay nada más que hojear algún libro de historia y mirar cuántas clases de togas vestían los romanos y llegar a la ‘toga cándida’, aquella brillante toga blanca que lucían en sus procesos electorales precisamente los candidatos a cualquier oficio público.
Los socialistas dejaban las corbatas en los roperos y se ponían la chaqueta de pana, hoy la cazadora. En la izquierda imperó el jersey de Marcelino, un líder comprometido con sus ideales, pero a sus actuales seguidores les va lo estrafalario. La derecha, sea de centro, sea cual tal o sea de ‘indepes’, deja la chaqueta y sale en camisa, cuanto más blanca, mejor, y si la tarde se pone fresquita, vaqueros y jersey a la espalda. Los conservadores ropa de cazador, en busca del voto perdido.
Y así, con los asesores, nos llegó lo de Emérito.
En España, desde Carlos I que dividió su corona cediendo el cetro imperial a su hermano Fernando y el real a su hijo Felipe, ha habido algunas abdicaciones, mayormente en la familia Borbón, con récords como los de Felipe V, Carlos IV o Fernando VII. No quedaron a la zaga ni Bonaparte, ni Isabel II ni Amadeo. Ni tan siquiera Alfonso XIII, pero la vida siguió, con muchísimos más años de monarquías que de repúblicas.
Y si durante cientos de años hubo Reyes y abdicaciones, a ver cómo se justifica el muy pagado asesor que sugirió lo bien que iba a sonar eso de Emérito, quizás porque apostara por esa decadente propaganda paralela del constante cotilleo tan al gusto de ahora y que, con esa nueva nomenclatura administrativa, abajaría a la Corona haciendo más fácil el camino hacia su República, de modo que colocaron en el lenguaje lo de Rey Emérito creyendo que con ese cambio de denominación acabarían por hacer olvidar todos sus méritos a un Rey que nos trajo la democracia haciendo bueno lo de que un Rey en la Jefatura del Estado no está a los avatares de un Presidente de una República obligado a su partido y a sus asesores.
Y vean por donde que, según nuestro Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la única que en nuestro hablar limpia, fija y da esplendor, con ese adjetivo lo que se hizo fue encumbrarle como un profesor jubilado al que se le mantienen sus honores y algunas de sus funciones o, como en la antigua Roma, a un soldado que, al cumplir sus servicios, debía ser recompensado. Sin más.
Al Rey padre no le veo como profesor, quizás más como soldado, así que, cumplidos sus servicios, ojalá disfrute su jubilación y encontrar en España su Yuste particular.