Enrique García-Agulló
Las cosas en su sitio
Recordando aquel conmovedor relato titulado ‘No sin mi hija’, siento cada día más la necesidad de repetir, «no sin mi libertad»
Cuesta mucho hablar de lo que pasa hoy en el PP mientras Ucrania se ve agredida por Putin. He vuelto a ver vez la foto de 1939 con los soldados de Hitler empujando la barrera de la frontera polaca y he recordado cómo después los ... soviéticos levantaron una larga alambrada en Alemania de norte a sur hasta que cayó el muro de Berlín. Medio siglo duró.
En fin, también somos estos días testigos de otra contienda, sí, pacífica, aunque no incruenta, que afecta no sólo a los militantes del PP sino también al resto de españoles por sus posibles daños colaterales.
La primera ha pasado de ser un asunto por comentar en medios y tertulias para convertirse desgraciadamente en un reguero de partes mandados por los corresponsales desde el frente. Los invasores, con sus mentiras y sus bombas, han hecho callar la democracia.
La otra es plenamente democrática porque, si los partidos políticos no pudieran regenerarse por sus propios medios, nos echaríamos a temblar, nos veríamos de nuevo inmersos en una dictadura con súbditos expectantes a lo que dijera «la autoridad», como anunció aquel teniente coronel. Para los ceses, de nuevo el motorista y el telegrama, para los nombramientos, el teléfono y, para el día a día, un lacónico BOE.
Una democracia es viva y ha de ser crítica por esencia, tan singular como el propio individuo en sí porque, a la postre, una nación es una reunión de individuos empeñados dentro de un territorio común en un mismo afán, en sobrevivir, en sentirse iguales y solidarios buscando la prosperidad para todos, por mucho que se empeñen los gurús políticos en transformarnos de ciudadanos a meros usuarios del sistema o del algoritmo. Recordando aquel conmovedor relato titulado ‘No sin mi hija’, siento cada día más la necesidad de repetir, «no sin mi libertad».
Dicho esto, me asombra la inmovilidad de la derecha en estas cuestiones y su casi conformidad con lo que la izquierda zumbe. A lo largo de nuestros cuarenta años de democracia ha habido muchos jirones de izquierdas y derechas. Hasta en los nacionalismos o en el terrorismo con el que nos hemos vistos obligados a convivir.
De aquellas primeras plataformas y juntas democráticas hasta la UCD bien que los hubo, como desde aquel PSOE histórico a un PSOE renovado en Suresnes y confirmado en Alcalá. Un PSOE de puño en alto cantando la Internacional que en 1979 hizo a Felipe González renunciar a su Secretaría General, «OTAN, de entrada, no», Felipe sin Alfonso, Rosa Díaz con su UPyD, o Sánchez frente a sus barones hasta su vuelta a casa tras la urna de la cortina. El PNV con Garaicoechea y Eusko Alkartasuna o Convergencia y Unió desunida tras jalear juntos mucho tiempo el ‘pujolismo’ aún errante cambiando de año en año su nombre. O esa larga retahíla de siglas en el PCE, PCEml, PCEr, PC VIII y IX Congresos... Que han llevado IU a Podemos y a sus múltiples mareas. Muchos guisos cocinándose...
¿Por qué acoger esa impostada postura de Sánchez preocupado por posibles acuerdos entre PP y VOX o la ultraderecha como dice él? ¿Dónde acota lo de ultra para poder dormir tranquilo? Si la izquierda es su PSOE, a su izquierda sólo deja espacio para la ultraizquierda y, más allá de toda lógica, para nacionalistas, independentistas y demás compañeros de dudoso aprecio a lo constitucional. Como Sánchez bien podría preocuparse por su creciente pérdida de apoyo en Andalucía, Galicia, Cataluña, Madrid o Castilla y León y, aún más, en esa España Vaciada que denuncia el cansancio por la vaciedad de tantos políticos, pero, en lo nuestro, como presidente, que se deje ahora de tanto zarandajo y contubernio para centrarse en su sitio, España.
Invadida Ucrania por los rusos, he vuelto a escuchar hoy a Bob Dylan preguntando al viento cuándo acabarán los cañonazos.
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