Enrique García-Agulló
Las constituciones son de los pueblos libres
Constitución por ‘constituo’, estar de pie, situándonos a todos al mismo nivel, tanto a los que mandan como a los demás, dejando de ser súbditos y fortaleciendo nuestra condición individual de ciudadanos
Cuando empecé Derecho teníamos en primero y en segundo una asignatura que se llamaba Derecho Político y en Sevilla tuve unos buenos Profesores sin demérito de todos los demás. Aquellos años que nos tocó vivir a los de mi generación supusieron una importante transformación, lenta ... en España, pero vivaz en el Occidente libre que, a mitades de los 60, empezaba a convulsionar por tantas circunstancias interiores y exteriores. En el mundo libre crecían sin parar, en un Paris y sus revueltas, las reclamaciones estudiantiles, la canción protesta, las huelgas generales, nuevos movimientos sociales del mundo hippy o los grandes cambios que a los católicos ofrecía el Concilio Vaticano II. En el resto del mundo aflorando las últimas independencias en África, Asia o el Índico. Años claroscuros, con luces de libertades.
Dentro de estas nuevas que asumíamos, en aquellas clases de Derecho Político me marcó una suerte de trípode de conceptos en los que la sociedad se sustentaba: Nación, Patria y Estado. Por estos tres espacios pasábamos todos. Nación, como llegada al mundo en el rincón más íntimo, pero destinados ya a formar parte de la reunión. Patria, lo que recibíamos de padres y antepasados, herencia de nuestra historia grupal. Estado, el afán por organizarnos para vivir en un territorio común, ya que nacemos libres pero nuestro devenir nos conduce a entendernos para vivir juntos, como gusta de decir Antonio Garrigues, «no para vivir de acuerdo, pero sí para convivir en desacuerdo a través del diálogo».
Sentido lo de nacer y lo de la herencia de quienes nos precedieron, nos queda lo del Estado, que se instrumentara esa convivencia con los demás desde el respeto a las libertades individuales a través de los deberes hacia los demás y con el común de todos, esto es, la Constitución, suprema ley que obliga por igual a ciudadanos y poderes públicos. Me gusta pensar que una Constitución, en un país libre, tenga como principal consecuencia la de dejar organizada la defensa del ciudadano frente a ese Estado en el que ha de convivir y que, a la hora de adoptarse el nombre para esta norma se eligiera el de Constitución, de hecho, ya repetido en determinadas leyes del derecho romano o en las reglas fundadoras de muchas órdenes religiosas.
Su nombre me trae la evocación de sentirse libre e igual, ser de una Nación que ya no es patrimonio de ninguna familia ni persona, de vivir en común y no sometidos al arbitrio del poder. Constitución por ‘constituo’, estar de pie, situándonos a todos al mismo nivel, tanto a los que mandan como a los demás, dejando de ser súbditos y fortaleciendo nuestra condición individual de ciudadanos.
Celebraremos muchos que el 6 de diciembre vuelva a conmemorarse nuestra Constitución a la que todos, ciudadanos y poderes públicos, estamos sujetos, pese a que aún se ciernan sobre nosotros tentaciones de limitar nuestros derechos en razón de un manido «interés general», porque decir y tener Constitución en un país libre es decir garantía de derechos y libertades.