Enrique García-Agulló
¡Al arma, al arma!
Dos lunas llevamos ya confinados y de armas tomar va este estado de alarma que sobrepasará, por el renovado pulso alarmista del gobierno, otros quince días más
Centinela, alarma… Alarma está». Cuántas veces, al menos las generaciones de españoles que hemos hecho la mili, tendremos oída esa frase de «centinela, alarma», a la que se respondía, «alarma está», con el arma lista por si hubiera algún ataque que, en situaciones de peligro, ... se mutaba en un grito de alerta general, «a las armas, a las armas». También nuestros vecinos del norte también tienen muy dentro esta voz en lo más común de su lenguaje cuando resolvieron que sus policías, sus cuidadores, serían llamados gendarmes, «gens d’armes», gente de armas también…
Dos lunas llevamos ya confinados y de armas tomar va este estado de alarma que sobrepasará, por el renovado pulso alarmista del gobierno, otros quince días más, dos semanitas más del vellón. Quince días más, apoyadas ahora por PNV y Cs, negada por Vox y por Esquerra Republicana o discutida con la abstención de los populares. Quince días más de alarma, dos semanas más en armas contra la crisis del C19 para que el mando único intente terminar con todo esto, pero con el aviso de quienes le han dado su apoyo, la derecha vasca, los de Ciudadanos y la izquierda aliada y asociada del arco parlamentario, que, bueno, señor Illa, que dos semanas más pero, ojito, con un Plan B, que parece mentira que este gobierno de tantos doctores no tenga a estas alturas ni un Plan B.
Con todos los consejos que cada día nos vienen de la tele, de la prensa y de las redes sociales, no sé por qué, se han asomado desde el cajón de mis memorias infantiles aquellos consejos que atribuyo ahora yo a mi buena madre con lo de la poliomielitis que nos entró en España por los años 50, dizque por los americanos. Que no te sientes en el suelo, que te laves las manos, que no cojas cosas del suelo, que no bebas del grifo… ¡Ay, el agua! Claro, yo no recuerdo que en las casas se bebiera como ahora agua mineral, se bebía la del grifo, la que nos suministraba los SMAE pero, en mi memoria quedaron aquellos tenebrosos momentos de que, primero, la hervían, luego, la enfriaban y así ya, pensando que tenía eso como más garantía para la salud, nos la dejaban beber.
Bueno, con todo esto de los «consejos vendo que para mí no tengo», en su panoplia de dimes y diretes que se va rellenando con tantas normas dictadas por las autoridades sanitarias para convivir con esta sinrazón, estamos discutiendo sobre si se puede ir más allá de San Enrique de Guadiaro o del Cuervo, si se puede tomar una cerveza de pie en el mostrador o no y cómo vamos a ir los gaditanos este año a la playa a tomar el sol, a refrescarnos con Valdepeñas y «un pescaíto», (Iván, Iván, Iván…), o simplemente a bañarnos, a sentarnos en la arena o a pasear.
Pues miren ustedes, «nihil novum sub sole» que, para sentarnos en la arena, ya tuvimos en Cádiz históricos y no muy lejanos antecedentes si la memoria no me falla. ¿Se acuerdan ustedes de los toldos en la playa y de aquellas casetas de madera que se instalaban cada verano en el paseo de las de mampostería? Pues ahí lo tienen, Cádiz ya hacía parcelas con Carranza en esas terracitas de las casetas de madera o bajo aquellos toldos a rayas que, entre dos palos colocados a principio de verano, colgaban cada día los tolderos, sin menoscabar por supuesto aquellos familiares círculos de garitas o las hamacas que se alquilaban, parcelitas playeras del pasado a las que sustituyera las más renombrada sombrilla de Cádiz, la de Don Romualdo que, en un atribulado domingo, llevara a la playa a tan insigne cruzado, a Ana, su mujer, y a sus diez hijos. Iván, Iván, Iván… Redondo, punto redondo.
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