Enrique García - Agulló
Aragonés y García
Da pena ver cómo, entre la situación de perentoria precariedad de La Moncloa y el egoísmo de esta Generalitat, se están cargando España
El presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, como a tantos catalanes al menos desde hace siete siglos, le persigue el nombre desde que la reina Petronila tomó por esposo al conde de Barcelona y, por ende, todo su territorio, de la misma manera que ... los Reyes de la Reconquista, por otras o similares consecuencias, fueron absorbiendo a los Condes de Castilla poco a poco.
Aragón, en ese espacio temporal en el que se fueron forjando las naciones, con la boda de su reina y bajo su bandera de las cuatro barras rojas sobre gualdo paño, haciendo al conde real consorte, se anexionó los condados catalanes para aquel reino oriental de Hispania que llegó a extenderse desde las lindes castellanas o navarras hasta el hondón del Mediterráneo, que mandó por tantos feudos vasallos del sudeste de Francia o que dominó por arriba y por abajo la península Itálica. Algo más de dos siglos después, otro nuevo casamiento, el de los primos Trastámara, con la unión matrimonial de Isabel y Fernando, como ya fuere antaño la romana Hispania, impulsó sin marcha atrás la Monarquía española, germen de nuestro actual Reino que su nieto Carlos perfeccionaría extendiéndolo a un Nuevo Mundo en el que hoy nos entendemos seiscientos millones de personas hablando la misma lengua.
Quiera o no quiera el presidente catalán, su ascendencia es más que explícita, Aragonés. Y, por si fuera poco, García. En esto hasta coincidimos Don Pedro y yo porque también soy García, aunque en mi caso yo mantenga un viejo apellido leridano, Agulló, oriundo de La Seo de Urgel.
El Sr. Aragonés no da la talla. Ahí le tenemos con lo de sus rabietas particulares por aquello del quedar bien con sus compañeros de ideas, los condenados y los que no lo están y hasta como los que viven fuera como prófugas. Hace ostentación de su ineducación porque no se comporta para el papel que le han designado y es cómplice de todo ese mal rollo independentista. Vamos, que se cree una suerte de antiguo conde catalán, otrora gobernado por los francos y después por la Corona de Aragón con la que comparte bandera y patrón. Sus peroratas, a los que vivimos al oeste y al sur del Ebro, nos llegan con subtítulos y se deja caer, no sé, como con una autocomplaciente superioridad displicente por encima de quienes no sean de los suyos.
Nadie duda de que es una autoridad, de categoría regional, sí, pero una autoridad para todos los catalanes y no sólo para los del lazo amarillo y, por ello, debería comportarse más con ‘auctoritas’ que no con esa inalcanzable ‘potestas’ porque, por mucho que pase revista a la policía, no deja de ser una autoridad de su natural condición, con toda la honrosa categoría que tiene ostentar tal cargo, pero que no es ni la del Rey ni la del presidente del gobierno. A mí, si no tuviera tan tristes y desgraciadas consecuencias su postureo, no me hacen sentir agravio alguno todos esos disparates. La mayor parte de las veces me cansan y las otras hasta me hace sonreír verle esforzarse entre todos por querer sobresalir en su diferencia.
Pero me da pena ver cómo, entre la situación de perentoria precariedad de La Moncloa y el egoísmo de esta Generalitat, se están cargando España, la de los inversores y la de la creación de empleos. Los del lazo amarillo se creen que el mundo gira a su alrededor, cuando no se dan cuenta de que el mundo ni sabe quiénes son ni les importan, pero el mundo sí que sabe que es un buen momento para morder a España entretenida ahora en este burdo sainete mientras ellos, los ‘indepes’, siguen en lo suyo, como siempre, hasta como hacían con Franco, a ver qué se llevan del conflicto. Y, por encima de todo, lo de concordia dialogada. Mientras, España, sigue oscura, como la pintó Goya en su ‘Duelo a garrotazo’ y, los de fuera, esperando a arrinconarnos.
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