OPINIÓN
2020, la generación del virus
Se acaba de marchar 2020 al gran cementerio de los años pasados, a los de los años de antes de Cristo y a los que después de Él llegaron, de todos los años pasados

Se acaba de marchar 2020 al gran cementerio de los años pasados, a los de los años de antes de Cristo y a los que después de Él llegaron, de todos los años pasados. Ya se ha ganado la categoría jerárquica de año pasado porque ... en el que recién acabamos de entrar todavía le quedan 363 días por ganársela. Se ha ido sin llevarse aún por delante las perversas miasmas que todavía en estos próximos meses seguirán atacándonos y cobrándose pieza en ese gran damero de claroscuros que es la humanidad, ya saben, los buenos y los malos, los unos y los otros, los creyentes y los ateos, los inmigrantes y los emigrantes, el mercado libre y las autarquías, las democracias o las dictaduras...
Este año de las mascarillas nos ha dejado a una niñez que no ha jugado en patios ni en cole ni en parques ni en plazas, a unos ancianos que se han ido muriendo por día en sus islas de reposo final y que no han podido ni tan siquiera reencontrarse con sus familiares, a una adolescencia y a una juventud que, como muchos de sus referentes paternales o de abuelos y tíos, ha tenido que estudiar o trabajar desde sus casas a través de un ordenador hurtándosele la posibilidad de la comunicación física y viviendo durante estos largos meses con renuncia de toda vida social. Un año de entierros en triste soledad, de tantos hospitales llenos, de tantas palmas a las doce, de tantos cantos e himnos a las ocho, de tantas batas verdes sobrevestidas de escafandras y de blancos monos, de tanta angustia, de tanto miedo, de tanto dolor y de tanta pérdida de libertad, de todas esas pequeñas libertades de cada día que se han ido ocultando y que siempre han sido las que hacen grande y magnánima para el ser humano la Libertad con mayúscula.
Esta generación del Covid ha tenido que ir sufriendo, sin anestesia ni preparación previa, un tremendo cambio al que todavía no se le ha tomado bien el pulso e, ítem más, todo ello en medio de tanta convulsión con un gobierno amalgama de demasiados credos que durante todo este año del virus ha ido tejiendo una revolución legal que no muy tarde pueda ser el soporte de la transformación de España en otra cosa y que nos va a empezar a escocer muy pronto, más pronto de lo que nos podríamos imaginar.
Mientras que el pueblo español empezaba a calibrar las peligrosas consecuencias de este virus, por mor del trágico retraso con el que se empezó a actuar pese a los conocidos antecedentes de China o de Italia y de los avisos de la OMS, aquí se siguieron permitiendo grandes manifestaciones de ideologías, se abrían los campos de fútbol y se seguía el curso normal de la vida en la calle, en la fábrica, en el bar o en la escuela, como si no pasara nada de lo que ya estaba pasando. Entonces España se nubló y, como de pronto, los números del virus empezaron a crecer y la gente, temiéndose lo peor y la inacción de quienes habrían de gestionar la sanidad, se tiró como gaviotas tras la estela de un pesquero a comprar papel higiénico y todo lo que se encontraba en las estanterías del súper.
Un año muy raro, de mucho miedo y de mucha indefensión, de no saber dónde ni a quién le habría de tocar, de informativos llenos de escalofriantes datos de muertes y contagios, de hospitales llenos hasta insospechados límites y, además, el año del silencio en el parlamento y del gobierno del decreto. Un año sin oposición. Un año de excesiva propaganda y no de tanta gestión o, cuanto menos, de gestión bien concertada, con muchas comparecencias de altos funcionarios de uniforme o de paisano, de contradicciones y de expertos ocultados. Un año de ruedas de prensa sin rueda libre de periodistas pero de largos monólogos del presidente. Un año de abuelos sin nietos y de nietos sin abuelos, sin besos ni abrazos, sin tertulias, sin amigos, de muchos funerales solos, de pocas bodas con invitados. Un año sin vacaciones ni fiestas. Un año «on line», desde luego, para olvidar.