Opinión
Encrucijada
Al parecer Francisco no va de farol
Al parecer Francisco no va de farol. Al parecer el Santo Padre ha decidido coger el toro por los cuernos, siendo, como debe ser, consciente de que ese toro es la bestia a la que él mismo debe pastorear. Difícil coyuntura del hombre escindido entre ... los dictados éticos y su compromiso político. No olvidemos que sostiene entre sus manos las riendas del dar a Dios lo de Dios y al César lo del César. En esta encrucijada de caminos, Francisco parece haber tomado el más peligroso.
El actual ocupante de la sede de San Pedro ha dado un ultimátum a sus obispos a lo ancho del mundo para que se abran todos los armarios y se pongan a ventilar las sotanas que han estado sirviendo de coraza a los pedófilos, liberando al mismo tiempo los fantasmas amordazados de las víctimas. El Papa argentino no debe dudar de que esto es abrir, en cada rincón del planeta, la caja de los truenos. Pero, ya digo, Francisco parece haber optado por caminar por la orilla del Dios justo, dejando a un lado la vertiente política del César.
Hasta ahora sus antecesores se habían comportado como verdaderos jefes de Estado, justo lo que el Vaticano es, y habían defendido a los suyos, acogiendo a los delincuentes y dándoles protección ante las denuncias de las diferentes legislaciones nacionales. Amparados en ese silencio cómplice del poder político que de alguna manera condenaba en la nebulosa de la duda las voces de las víctimas. Ahora el Vicario de Cristo ha decretado que cada palo debe aguantar su vela. Dispuesto a entonar, en nombre de la Iglesia que representa, un mea culpa cuyas consecuencias a día de hoy resultan ser incalculables. Lo que para unos constituye un noble gesto de valentía y honradez moral, para otros debe ser expresión de suprema insensatez, cuando no de no estar del todo en sus cabales.
Desde luego los líderes políticos deberían tomar nota y seguir el ejemplo del Sumo Pontífice. Sería esta buena manera de enfrentar la corrupción de sus partidos, aun a riesgo de exponerse a los puñales de los propios correligionarios que los sostienen en el poder. Pero los líderes políticos, hasta que los escándalos no caben ya debajo de las alfombras, pueden hacer oídos sordos a las demandas morales. Su compromiso con el poder les exime, hasta extremos impensados, de someterse a cualquier otra exigencia que no pertenezca a su propia esfera. El Papa, por su parte, debe dar ejemplo de que, en paralelo a su condición de Jefe del Estado pontificio, es un hombre que ha de preocuparse de la salud ética de la humanidad.
Uno se imagina en estos momentos a miles de obispos repartido por el globo que han recibido la consigna de su jefe, para que denuncien a los pederastas de sus diócesis, o en el peor de los casos se resignen a hacerse el haraquiri de confesar pecados que, para tranquilidad de su conciencia y desgracia de sus víctimas, parecían enterrados bajo el peso terrorífico de los silencios y la bondad fingida que implica el ser los pastores del rebaño. Un hondo malestar y un pánico multitudinario deben estar recorriendo las alcantarillas de la Iglesia. Es lo que tienen estas organizaciones masculinas fundadas sobre el celibato. Con la tentación y el fingimiento siempre sobrevolando los altares, cuando no ofreciendo impunidad a individuos de baja estofa que disfrutan en el terreno de la inocencia infantil de los creyentes de su coto privado de caza.