Antonio Ares

Efecto Guggenheim

El puerto de Cádiz ofrece una despedida yerma y sin lustre a los cruceristas que llegan a Cádiz

Las ciudades suelen tener sus lugares identitarios, aquellos que las hacen distintas y únicas. Un paisaje natural, un monumento, un museo, incluso la figura de un personaje que pasó a ser leyenda. Cuando estos adquieren la categoría de singulares hacen que el lugar se convierta en deseado, anhelado por esa pléyade viajera con frenesí. Para los expertos en urbanismo, a finales del siglo XX se produjo un fenómeno conocido como efecto Guggenheim , para muchos el paradigma de un gran cambio. Qué una ciudad gris, hostil y poco hospitalaria, qué no por sus gentes sino por su entorno, se convierta en un destino ansiado ha sido el milagro de una apuesta arriesgada. La ría de Bilbao, en la desembocadura de los ríos Nervión y Ibaizábal, alberga en su margen un museo que cambia de color cada día y que acoge exposiciones de arte moderno y a veces transgresor. Un majestuoso oso de flores vigila su escalonada entrada.

A partir de entonces muchas ciudades quisieron seguir el ejemplo. En forma de auditorio, palacio de congresos, museo alternativo, monumento faraónico, o incluso aeropuerto, las administraciones, al amparo del albur urbanístico no escatimaron en gastos. Casi todos fracasaron. Ahora le toca el turno a Málaga. De ser una ciudad turística por excelencia, de sol y playa, de chiringuitos y flamenco por malagueñas, de espeto y biznaga, de boquerones victorianos y de tronos de semana santa, ha pasado a ser una ciudad colmatada de museos internacionales. Envidia de la Europa del sur. Para culminar el proyecto de ciudad moderna su puerto se ha abierto a la ciudad, atrás quedan los controles y cortapisa que te impedían pasear por el cantil del muelle.

Es la hora de Cádiz. A su muelle arriban más de doscientos cruceros al año. Esos cerca de quinientos mil crucerista que tienen como tarjeta de visita de nuestra ciudad la majestuosidad de la arribada por mar, se encuentran con un espacio yermo y sin lustre, como si sirviera de frontera hostil, como si intentara servir de muralla entre la ciudad trimilenaria y ese mar del que lo ha recibido todo. Nuestros museos son más bien domésticos pero dignos. En el Mercado lo mismo puedes ver obras de Pepe Baena que proveerte de viandas de alta cocina marinera, lo que mismo admirar las azoteas de Cecilio Chaves y deleitarte con exquisiteces del Rincón Gastronómico, lo mismo vivir el ensueño de la pintura de José Alberto López que entusiasmarte con productos de la huerta. La frontera del muelle ha sido testigo de los cientos cincuenta años del Diario de Cádiz y hora muestra con orgullo la magnífica recreación de lo que fue para Cádiz el traslado de la Casa de Contratación en la obra fotográfica de José Manuel Vera Borja. Nuestra ciudad se enfrenta a un reto del que puede salir airosa. Si el derribo de las murallas se hizo con afán aperturista, la eliminación de la frontera muelle ciudad es prioritaria. Cientos de miles de metros esperan el uso que la ciudadanía y las administraciones les quieran dar. Hacer más atractiva nuestra ciudad depende de nosotros.

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