Eduardo Moyano
'El inglés que cogió una maleta y se fue al fin del mundo'. La tenacidad de un nonagenario
Solo le mueve el deseo de saldar cuentas con un pasado feliz, pero también trágico, y cumplir así la promesa que le hizo a su mujer
Había una canción de Los Bravos, grupo español nacido en los sesenta, que hablaba de «la parada del autobús, el sitio donde se espera, algo que jamás nos llega», pues bien, el protagonista de 'El inglés que cogió una maleta y se fue al fin ... del mundo' sí aprecia la mejora de los servicios públicos casi sesenta años después de aquella pegadiza letra que criticaba la impuntualidad de los autobuses.
De hecho, el titulo original de la película 'The last bus' no habla de uno si no de muchos autobuses que acuden puntuales a su cita con un nonagenario (Timothy Spall) que decide cruzar toda Gran Bretaña desde el punto más al norte de Escocia hasta el más al sur, en Cornuelles, donde, precisamente, se acaba de celebrar la cumbre del G7. Solo le mueve el deseo de saldar cuentas con un pasado feliz, pero también trágico, y cumplir así la promesa que le hizo a su mujer.
Muestra la tenacidad de un anciano, que sabe próximo el fin de sus días y que solo, con la pequeña maleta que le une con el pasado, recorre los más de mil trescientos kilómetros que separan los dos puntos.
Me ha recordado a 'Una historia verdadera', de David Lynch, una de las películas menos complejas del realizador estadounidense, en que cuenta como un anciano compra una segadora para ir desde Iowa a Wisconsin para ver a su hermano enfermo y del que se distanció muchos años atrás.
'El inglés que cogió su maleta y se fue al fin del mundo' es, como 'Una historia verdadera' una road movie en que Tom, el protagonista, se encontrará con personajes solidarios y cordiales, pero también con otros indeseables, fríos o incluso, violentos que no respetan a un anciano.
Su cansado viaje da para muchos días y momentos que van desde la solidaridad de una familia que lo recoge en la calle y lo lleva a su casa, después de que haya perdido uno de los autobuses hasta el enfrentamiento con un hombre violento y xenófobo que acosa a una mujer ataviada con ropa musulmana. Hay otros personajes amables, pero también cobradores que son capaces de dejarle en mitad de la nada porque su tarjeta de transportes escocesa no tiene validez para Inglaterra.
La bueno y lo malo de la condición humana se entremezclan en ese viaje al fin del mundo que su director Gilles McKinnon define como una «road movie sentimental» y añadiría conmovedora con ese hombre enfermo que, camina con dificultad, pero que por encima de todos los impedimentos se obliga a cumplir con su promesa que es, como dar sentido a toda su vida.