Opinión
El dolor viene después
Al final, lo de los rayos–C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser no va a ser nada comparado con lo que se nos viene encima
![Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante la firma del pacto de Gobierno.](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2020/01/12/v/pedro-sanchez-pablo-iglesias-kQ7--1248x698@abc.jpg)
Últimamente me pasan cosas rarísimas. Nunca pensé que comenzaría citando a Rambo con su «nos enseñaste a ignorar el dolor», y ya ve, aquí lo tengo presente. No me preocupa en exceso porque tampoco pensé nunca que vería un cartel de Semana Santa como el ... de este año, o que vería un gobierno con cuatro vicepresidentes y casi –o sin casi– veinte ministerios, y, mire por donde, aquí lo tenemos también. Qué le vamos a hacer, al final lo de los rayos–C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser no va a ser nada comparado con lo que se nos viene encima. Así le podré decir a mis nietos que yo sí que «he visto cosas que vosotros no creeríais», y usted también.
No es catastrofismo, ni mucho menos, no vaya a pensar que soy de las que me espanto con facilidad. Es una mezcla de expectación, incredulidad, decepción, desconfianza, indignación… cosas rarísimas, ya lo he dicho dos veces, y mucho me temo que no será la última vez que lo diga, al menos mientras dure esta legislatura tan rarísima que tenemos. Y entiéndase por «rara» la definición de la RAE –que para algo la pagamos entre todos, y si no es así, debería serlo– cuya segunda acepción nos habla de algo «extraordinario, poco común o frecuente».
No faltaré a la verdad si hablo de lo poco común que le resulta a nuestra cuarentona democracia el tener un gobierno central de coalición; ni tampoco andaré levantando calumnias si califico como un hecho extraordinario el que nuestro presidente haya recuperado el sueño en lo que duran una segundas elecciones. Si fuera papuchi diría que todo es «raro, raro, raro», pero como no lo soy, me conformo con las palabras premonitorias del Rey Felipe VI ante la toma de posesión de Pedro Sánchez «ha sido rápido, simple y sin dolor; el dolor viene después», como si estuviesen hablando de una extracción de muela.
Rápida y simple fue la promesa de Sánchez, pero el debate de investidura, ¡ay, el debate de investidura! superó incluso –que ya es decir– el pleno de constitución de las Cortes. «¿Podrían dejar la plaza del pueblo?» tuvo que suplicar la presidenta del Congreso, ante el bochornoso espectáculo que dieron sus señorías y que, siento comunicárselo, era solo la obertura de la esperpéntica opereta que está a punto –esta misma mañana– de estrenarse. Nos dijeron que el título de esta legislatura iba a ser «Asaltar los cielos», que es algo así como de tragedia griega, y al final va a ser «La Dolorosa», como la zarzuela aragonesa –Teruel, ya lo ve, existía– de Serrano.
Por eso, lo mejor es recurrir a los clásicos, como siempre. Volver a García Márquez y a su senador Onésimo Sánchez que «se tomó varias píldoras analgésicas antes de la hora prevista, de modo que el alivio le llegara primero que el dolor». Y habrá que darse prisa, porque la hora prevista se nos echa encima. La hora de comprobar como salta por los aires la bienintencionada coalición, la hora de constatar que en vez de una oposición tendremos al enemigo en pie de guerra, y la hora de resignarnos a que este país –que ni se rompe ni se rasga, por mucho que quieran algunos– no está para muchos dolores más.
Habrá que poner remedio antes de que lleguen los dolores más fuertes. Los de las cifras del paro, los de la caja de las pensiones, el de la vivienda, el de la baja natalidad y el de la crisis que acecha en el horizonte y que no por esperada, será mejor recibida. Decía Ovidio que el secreto está en la paciencia «sé paciente; algún día este dolor te será útil». Aunque, para qué vamos a engañarnos, en estos momentos, resulta inútil encontrarle utilidad.
A este lado de la carretera lo tenemos más fácil. Nuestros dolores siempre se calman llegando estas fechas. Llámelo placebo o bálsamo de fierabrás, pero tocados por los dioses, tenemos la suerte de tener febrero. Ya sabe a lo que me refiero.
El pasado viernes salían a la venta las entradas del COAC y en menos de dos horas se agotaron de entradas para las semifinales infantiles y juveniles; y lo mismo ocurrirá con las sesiones de adultos. Somos un pueblo que canta, que así sus males espanta y que vuelve, año tras año, a renovar su promesa con el Carnaval.
Llámenos indolentes, irresponsables, ingenuos, desahogados o lo que usted quiera. Pero mientras el mundo se derrumba, nosotros en Cádiz construimos un paraíso al ritmo del 3X4. Tal vez porque sabemos que el dolor siempre viene después; ya lo sabíamos mucho antes de que lo dijera el monarca, porque llevamos siglos soportando dolores. Y porque nunca se acuerdan de nosotros.
Así que le diré una cosa. Mi máxima preocupación, en estos momentos, es encontrar entradas para la sesión del día 30. Soy, ya lo sabe, de esa «chusma selecta» que cree en la eternidad.
Que se pare el mundo hasta finales de febrero. Y luego, hablaremos del gobierno.