Yolanda Vallejo
Dos días de septiembre
La blancura del Dixan, las alusiones a Menguele, a Franco, a Dios, a la vida, la prosa florida de Rufián–Poveda…lo que se dice un auténtico ejercicio de retórica hueca
Lo de Pablo Iglesias y el chicle de MacGyver debe ser cosa de la memoria histórica, porque con la edad que tiene el líder de Podemos, es bastante improbable que se acuerde del agente secreto y hortera de la Fundación Phoenix, que todo lo resolvía con lo que contiene un bolso de señora. Aunque ahora que lo pienso, con lo aficionado que es el catequista Iglesias a las series televisivas, puede ser que haya visto algún capítulo en Netflix –en versión original y sin subtítulos– o que esté al día del reebot que la CBS estrenará a finales de este mes. En cualquier caso, la comparación con Albert Rivera no me pareció demasiado acertada, porque después de todo, MacGyver terminaba los chapuces, y los apaños le funcionaban y todo. Por eso digo que no me pareció una comparación afortunada. Bueno, ni la comparación, ni buena parte de su discurso que, como monólogo en el club de la comedia podría tener un pase, pero como réplica en el debate de investidura estuvo muy por debajo de lo que se esperaba. Es lo que tiene recurrir a los tópicos, a las frases hechas –lo de la «hipoteca naranja» tendría su gracia en la Paramount Comedy, y después de varias copas– y a buscar la risa en el significante para disimular el escaso significado que tenían sus palabras. Todo muy antiguo, las camisas, la sudoración, el torpe aliño indumentario, el puño en alto… todo muy previsible.
Tan previsible, que estos dos días de septiembre nos los podrían haber ahorrado. Unos y otros. El presidente en funciones representó a la perfección el papel de gallego –sin ánimo alguno de ofender, entiéndame– haciéndose el tonto y respondiendo a cada pregunta con otra pregunta; demostrando que es capaz de ganar el debate y perder la investidura en apenas cuarenta y ocho horas; y cavando su propia tumba con frases lapidarias. «España es uno de los países en los que mejor vive la gente, si vienen 60 millones de turistas, estudiantes Erasmus e inmigrantes será porque este país tiene algo que ofrecerles». Claro, será eso, que lo bueno que tenemos se lo damos a los turistas, a los estudiantes Erasmus y a los inmigrantes –en ese orden, además–, porque a los que estamos por aquí a diario nos cuesta mucho, no ya vivir bien, sino sobrevivir en un país endeudado, con unos índices de paro escandalosos, con una especie política que debería estar en extinción y que lleva nueve meses funcionando a medio gas. Aunque a eso, a la deuda, al paro, y a funcionar a medias estamos ya más que acostumbrados.
Y mientras, Albert Rivera apelando a los clásicos «en el centro está la virtud» para justificar que lo mismo le da, que le da lo mismo, pactar con la izquierda o con la derecha, porque no tiene muy claro su eje de gravitación. Aunque más que a Aristóteles podría haber citado a Marx –Groucho, claro- con lo de «estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». No diré lo que le dijo Doménech, pero es cierto que Roma no paga traidores, por mucho que pida perdón y se mosquee con los amiguitos «¡ea, conmigo ya no jugáis más!»
Sí, estos dos días de septiembre han estado llenos de frases para el recuerdo, o para el olvido. La blancura del Dixan, las alusiones a Menguele, a Franco, a Dios, a la vida, la prosa florida de Rufián–Poveda… lo que se dice un auténtico ejercicio de retórica hueca y una más que necesaria justificación de sueldos. Porque todos entraron allí sabiendo que Pedro Sánchez –cuyo cadáver exquisito cada día es más esperado por sus vecinos– declinaría la palabra NO en todos los casos y en todos los caos, y salieron pensando en el fantasma de las navidades futuras.
Se les olvida a nuestros insignes y locuaces políticos que usted, y yo, y mi vecina la del cuarto, también vemos la televisión. MacGyver y lo que nos echen, entre otras cosas, Las Campos –nunca pensé que vería algo así, pero lo he hecho– los anuncios de hipotecas, de detergentes, e incluso somos capaces de memorizar algunos, por ejemplo «Yo no soy tonto», ¿verdad? Y por eso mismo, porque no somos tontos, están corriendo un riesgo demasiado elevado jugando a los parlamentarios. Todos lo sabemos, menos ellos, que tampoco deben conocer el principio de Heisenberg como lo conocemos nosotros, que llevamos años instalados en la incertidumbre.
Porque no hay nada peor que tener al personal cabreado. Empieza el curso de la incertidumbre, usted lo sabe tan bien como yo. Un curso que se ampara en una ley que nadie se ha atrevido aún a desarrollar, porque nadie sabe cómo hacerlo, y que mantiene en vilo a alumnos, profesores y padres. Una ley, que depende, en gran medida del próximo gobierno, pero que hay cumplir, y ya estamos en septiembre.
Sí. No hay nada peor que la incertidumbre. Así que mientras estos señores a los que ya les hemos dado dos oportunidades se ponen de acuerdo, -o no-, tengo dos opciones. O me voy al rosario de la Aurora o me voy al mercado andalusí.
Lo mismo con un jabón, dos chicles y un geranio –andalusíes, por supuesto– me hago un MacGyver. Que ya lo dijo Rivera, «está lo malo y lo menos malo». Y ya no sé que es peor.
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