OPINIÓN
Dia-lo-guito
La clave de la arquitectura del deseo de este –y otros– gobiernos reside en el listón del éxito
Septiembre es un cruce de navajas entre la realidad y el deseo. Por mucho que se sienta con placer el peso del primer jersey sobre los hombros, el otoño siempre ha apartado lo que se quiere de lo que hay, que son dos mundos distintos, al menos hasta ahora. Encontramos un placer secreto en el final del verano y de toda esa fanfarria de lo excepcional, del disfrute pretendido, de coger sitio en la playa y el resto de la odiosa orquesta de lo refrescante que lo llena todo con una sonrisa fingida. El soniquete de los cuerpos morenos sobre la arena, los pechos masculinos depilados, el disfrutar, la noche, baby, tú y yo, y tú piel, y vamos a perder la cabeza, y el pim y el pam y toda esa basura prozaica de julio y agosto que abandona sobre los perfiles de Instagram un mar de unicornios y pizzas de plástico como un chapapote anímico; todo eso debe llegar a su fin aunque alguien te diga ahora que el verano está dentro de ti.
Los memes son el crecepelo del siglo XXI, también en política. Anda Pedro Sánchez en su sanchismo que más que una postura política es un estado elevado de la voluntad. Pedro, que le habla al agua, cree como Flaubert que si uno mira lo suficiente al cielo, terminará por tener alas. Ni yo mismo, que sueño despierto con carreras imposibles en encierros a los que nunca me atreveré, he osado nunca atender semejantes ambiciones, utopías comparables a aprobar unos presupuestos socialistas con 84 diputados, siquiera a gobernar con 84 diputados. De vez en cuando yo mismo caigo en una pesadilla parecida: sueño que por un descuido salgo a salir a la calle sin pantalones y pienso que no se va a notar y que no pasa nada. Después entre la gente, cuando ya es tarde reconozco avergonzado que sí que pasa.
La clave de la arquitectura del deseo de este –y otros– gobiernos reside en el listón del éxito. Suárez decía que podía prometer y prometía algo. Ahora la promesa reside en intentar algo. Consiste en no levantarse de la silla de la negociación, en jurar que se puede hablar de todo aunque no se pueda conceder nada, en amanecer a España en un nuevo clima de diálogo y en todas esas nuevas chinoiseries del desgobierno. Diálogo es ya la canción cansada del verano –‘Dia-lo-guito’, me apunta Panglossario–. Diálogo para la secesión catalana, diálogo para el País Vasco, diálogo para aprobar los presupuestos sin ceder la soberanía en Cataluña y sin tocar la senda del déficit, diálogo para todas las cosas que parecen imposibles y en realidad lo son. Cientos de politólogos han repetido que la política es el arte de lo posible, pero Sánchez quiere extender la acepción. Es comprensible su intento de trascender al más allá de las cosas. Hay que tener en cuenta que lo largaron al vacío del balcón de Ferraz, movió los brazos así arriba y abajo como un pollito de urraca y sorpresivamente echó a volar. Parecía imposible y ahí lo tienen, peleando más batallas que el Cid después de muerto.