Fernando Sicre
Después de las mareas, mucha resaca
Las fuerzas de atracción gravitatorias del sol y la luna son perturbadoras y producen las mareas
Las fuerzas de atracción gravitatorias del sol y la luna son perturbadoras y producen las mareas. Luego viene la resaca habitualmente y solo de vez en cuando un tsunami. En España las mareas provienen del Manzanares a su paso por Madrid. Primero fueron blancas y con el tiempo tornaron a verdes. Ni el sol ni la luna fueron sus causantes. La «vis atractiva» pública de la izquierda hizo de fuerza gravitacional y las mareas se sucedían con el mismo rigor que lo hacen en el océano. La resaca llegó al ambiente político madrileño y el PP de la ribera del río Manzanares se plegó una vez más en evitación de un tsunami. Donde dije digo, digo Diego y los programas electorales de corte liberal, lógicos en el centro derecha, desaparecieron una vez más. Craso error. Sucumbieron al absurdo, a la publificación de la vida española, a la alienación con el Estado y a la consciente aceptación de la pérdida de libertad, sobre la base del viejo, manido, estereotipado y falso eslogan de la superioridad moral de la izquierda, arrinconando al individuo y encumbrando un Estado desmedido que todo lo puede y que a todo llega.
La marea blanca ha llegado a Andalucía y la Junta se ha bajado los pantalones de manera grosera. La izquierda quiso servirse de esa marea en Madrid y ahora a la «Esperanza de Sevilla”» le dan ración doble. Partamos del origen del problema. ¿Que se defiende por los médicos maleados por las mareas, la sanidad pública o sus condiciones laborales? Creo que defienden parcelas de poder y para ello han hecho rehenes a los propios ciudadanos. La legislación española y europea reconocen el derecho a la protección de la salud, competiendo a los poderes públicos su organización y tutela, pero nada dice de su gestión. Por lo que ésta es lícita, posible y recomendable que también sea realizada por empresas privadas en régimen de competencia con la pública. Esto no desvirtúa su esencia, tal y como hoy es conocida, ya que nadie ha puesto en duda su financiación, que le otorga su condición de prestación de carácter público, financiada a través del sistema impositivo, en cuanto prestación de carácter universal. De igual forma que los «servicios a la dependencia» son servicios públicos, nadie cuestiona que sean prestados por empresas privadas que conciertan con la Administración.
Las mareas educativas tornan al verde, no al esmeralda, sino que utilizan un tono verde matizado producto del reciclaje, como gustan a sus ideólogos. En la Constitución lo que prevalece es el derecho a la educación de los ciudadanos, con independencia del modelo educativo, público o privado, sobre la base de la libertad de enseñanza. El pensamiento único progresista exige la enseñanza pública como adalid de la garantía de los derechos. España está por encima de la media en cuanto al gasto. También el ratio alumno profesor está por encima de la media. Sólo un dato indicativo, el coste por alumno en la educación pública española, supera el de Finlandia. Yo exijo la mejor enseñanza pública, pero que cada uno elija a su libre albedrío y raciocinio lo mejor, pública o privada (incluyo aquí la concertada).
Las mareas blancas, las verdes y sin color aparente aún las de la dependencia, se acabaran cuando el sistema funcione con cierto automatismo en cuanto a las preferencias del consumidor del servicio. El miedo irreverente e insalvable, a modo de temor reverencial que la izquierda padece con la gestión privada no tiene visos de desaparecer de momento. Los ciudadanos más pronto que tarde exigirán libertad para elegir los diferentes modelos de gestión de los servicios públicos a los que tienen derecho como ciudadano. Para los tres mencionados, que conforman básicamente el Estado del bienestar, debería llevarnos a los llamados cheque educación, cheque sanitario y el de la dependencia y previsiblemente incorporar entonces a nuestro sistema fiscal, un llamado impuesto sintético de todas las rentas y gastos de naturaleza cívico-sociales de cobertura universal.
Nada justifica que no se imponga la teoría de la elección racional. Nadie pierde y todos ganan.
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