Opinión
Desiguales ante la ley
Hay una desigualdad aterradora –por sus efectos inmediatos– entre los ciudadanos de a pie: la lamentable suerte de tener un pleito, del orden que sea, y encontrarte obligado a sufrirlo en un partido judicial u otro
Hay catalanes que pregonan que los andaluces y extremeños les robamos y se les oye indignados por su suerte mientras se quejan del retraso de tres minutos del cercanías de las ocho y cuarto de la mañana. Es el tercer cercanías programado para el mismo ... recorrido en esa franja horaria y quedan aún doce más hasta que den las nueve, pero les resulta intolerable que haya parados en Cádiz tomándose un carajillo a esa hora mientras ellos sufren las consecuencias de su infortunio.
Hay andaluces que sienten una suerte de desprecio hacia quien habla con acento castellano (¡uy, que fino!, se burlan), convirtiéndose en grosero ataque si alguien osa hablar en cualquiera de las otras lenguas nacionales. No deja de ser un complejo de inferioridad palurdo y absurdo, que mal gestionado pretende contestarse con un remedo de orgullo pequeño-patrio que en realidad se traduce en una cateta grosería. Hay españoles que se lamentan de la suerte de quienes han nacido en regiones afortunadas mientras los agraciados se lamentan de no tener más por mor de tener que compartir una porción con quienes tuvieron menos suerte. Y, ¡ay!, tenemos una clase política que acrecienta el grosor de la moqueta y posterga el momento de ponerse a trabajar alimentando los recelos, odios y diferencias entre quienes compartimos carnet de identidad y porcentaje gordo de impuesto sobre la renta para mantener sus dietas y pensiones vitalicias.
Pero hay una desigualdad más aterradora –por sus efectos inmediatos– entre los ciudadanos de a pie: la lamentable suerte de tener un pleito, del orden que sea, y encontrarte obligado a sufrirlo en un partido judicial u otro.
El asunto es tan grave que, en los últimos tiempos, no son pocos los abogados que rechazan encargarse de asuntos que deban sustanciarse en según qué partido judicial. Ocurre en ésta misma provincia, no crean ustedes que les hablo de Sant Boi de Llobregat.
Usted acude a un profesional porque ha tenido la desgracia de tener que presentar una reclamación o porque ha recibido un injusto requerimiento. Habrá elegido a ese abogado por su prestigio, por recomendación o porque ya le ayudó en el pasado con éxito. Y dicho profesional acepta el encargo honrado de su confianza.
Pero no puede permitirse perder esa confianza, valor tan escaso en esta época de low cost e imagen sin contenido. Y prefiere arriesgarse a perderlo como cliente antes de obtener, como pago a su dedicación, desagradecimiento, crítica y desprestigio.
¿Y de donde viene ese temor? De la seguridad de que su demanda comenzará a tramitarse no antes de diez meses cuando en otra ciudad, a un primo del cliente, le dictaron sentencia en cuatro. Del convencimiento de que, cualesquiera que fuera el resultado, habrá que acudir a los jueces superiores porque la sentencia de primera instancia, de ese juzgado, será incompleta, incomprensible o errónea. Y del cansancio que le producirá tener que dedicar un treinta por ciento de su tiempo diario en explicarle al cliente la falta de diligencia que le ha tocado sufrir por parte de quien debe velar por sus intereses. Se supone.
A ver si el flamante Ministro de Justicia hace algo por acabar con esa desigualdad. Se supone que conoce el paño. Se supone.