OPINIÓN

Descenso

Comprendí que la vejez no era un estado, sino un implacable proceso en el que también yo, por desgracia más temprano que tarde, acabaría involucrado

Llegué a este mundo en una época en la que todos los viejos habían sido siempre viejos. Las personas mayores que llegué a conocer en aquel tiempo, mis abuelos entre ellas, nunca habían sido jóvenes . Estaban en el mundo con su carga de ... edad como una especie de marchamo de fábrica, como un atributo consustancial a su persona, tan antiguos como aquella vieja cómoda de caoba que uno de ellos nos acabó dejando en herencia.

Tomo por aquí la punta de la madeja del deseo de un amigo que me pide alguna reflexión sobre la vejez, cuando se siente ya descender, y así me lo confiesa, por la vertiente sombría del monte hacia el valle del no retorno. Tras el largo ascenso de su juventud hasta alcanzar la cumbre de la madurez, exprimió con alegría tanto las naranjas como los limones de la vida, en un continuo carpe diem que extraía su sentido del temor y la certeza de que todo tiene su final. Ahora se siente afortunado . Mientras baja la pendiente muestra con desenfado su cartilla del que me quiten lo bailado, como el peregrino que enseña la ‘compostela’ bien sellada que certifica haber completado todas las etapas del camino. Hace poco dio un traspié que estuvo a punto de hacerlo rodar ladera abajo, pero encontró salientes a los que aferrarse y continuar arrimándole oxígeno a los pulmones. También se siente afortunado por eso.

Sigo a lo mío. Más tarde, mientras modelaba mi propia juventud, tuve ocasión de observar un fenómeno extraño. Constaté que muchas personas a las que yo había conocido en pleno florecimiento, mostraban ya en sus rostros los signos inequívocos de la marchitez. Comprendí que la vejez no era un estado, sino un implacable proceso en el que también yo, por desgracia más temprano que tarde, acabaría involucrado. Mis padres, sin ir más lejos, a los que yo había conocido antes de que llegaran a cumplir los treinta años, me ofrecían ya, en el misterioso sincronismo en el que las irreconciliables diferencias de la edad confluyen en el espejismo sucesivo de cada momento, imágenes de mí mismo en un futuro tan temido como inminente .

Mi amigo Miguel experimenta ahora sentimientos encontrados. Conforme constata la satisfacción de haber sido capaz de alcanzar, venciendo las irremediables trabas de su propio organismo, estas edades difíciles, sufre al mismo tiempo el vértigo del inevitable acabamiento. Es consciente de que la muerte hay que vencerla cada día a base de seguir viviendo . Cuando bajas por la ladera sombría, el vivir ya no es alejarse de la muerte, sino arrimarse más a ella a cada paso. La vertiente del descenso es la parte interior de ese embudo que no te ofrece escapatoria.

También yo desciendo ahora por la falda que conduce al fondo del valle. También yo estoy experimentando la semejante, obligada, temida metamorfosis del hacer huesos viejos con el barro de mi propia juventud. Resulta paradójico, pero la única forma de no envejecer es que la muerte te lo procure . Ambos hemos disfrutados de amigos comunes a lo que su temprana desaparición dejó para siempre varados en las formas inalterables de su hermosura. La vida, para alcanzar su más completo significado, por mayor que sea nuestro rechazo, necesita del concurso inexcusable de la muerte.

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