Des-conciertos
«La capa que hasta ahora todo lo tapaba, ha dejado al descubierto una situación extremadamente peligrosa para el que ha sido el partido más votado en este país en los últimos tiempos...»
Es todo muy raro. Tanto, que sería difícil encontrar una explicación sensata sin recurrir a lugares comunes como los augurios medievales, los presagios sibilinos o las profecías hebraicas –si usted tiene otros referentes, los pone sobre la mesa y listo-. Abenámar, decía el Romancero Viejo, era un moro de la morería –hoy me paso por alto lo de la corrección lingüística- que nació precedido de grandes señales «estaba la mar en calma, la luna estaba crecida». Señales, como las que acompañaron el nacimiento de Alejandro Magno o la muerte del doctor Urbino, y que sirvieron para que Florentino Ariza comprendiera el por qué había tenido que esperar 51 años, 9 meses y 4 días al amor de su vida. Señales –apocalípticas o integradas-, en definitiva, de que algo muy gordo está al caer.
¿Qué, si no, quiere decir este verano sin calor? ¿O esa doble marea que sube y baja a la altura de Isecotel, que impide el paso de la trashumancia orillera y que obliga a los niños a bañarse entre caminantes? ¿Qué nos anuncian las rebajas, si el primer día ya estaban conviviendo los descuentos con una nueva temporada que es la misma temporada –la misma ropa, en definitiva- pero mucho más cara? ¿Acaso no es una señal que haya aparecido un profeta, al que nadie había echado de menos, junto a los ángeles desaparecidos de la Catedral?
No son preguntas retóricas, no se equivoque. Porque para retórica, y de la hueca, nos ha bastado con la campaña del Partido Popular, que también ha dejado su augurio subliminal –o no tan subliminal- de lo que puede estar pasando. Y no me refiero al raquítico censo de votantes en las primeras primarias –no es juego de palabras, solo- de su historia, ni siquiera a la campaña excesivamente personalizada de los seis candidatos en la que hubo de todo menos un plan de organización del partido. Me refiero a la evidencia, en vivo y en directo, de que el emperador, efectivamente, estaba desnudo y han sido seis los niños que lo han señalado con el dedo acusador. La capa que hasta ahora todo lo tapaba, ha dejado al descubierto una situación extremadamente peligrosa para el que ha sido el partido más votado en este país en los últimos años. Porque se sabía que en todas partes se cuecen habas, pero lo que no sabíamos es que en las filas del partido popular no solo estaban los cocineros, sino que había lanzadores de cuchillos profesionales. Y sí, lo de «las viudas de Rajoy» y «el hijo adoptivo» que escupió el «outsider» –dicho por él- de Margallo ha sido de lo más gracioso, junto con las intervenciones de Soraya a lo Paquita Salas –el vídeo del paracetamol pasará a los anales del humor post-crisis de este país- y los esfuerzos de García-Hernández porque alguien además de su madre, lo conociera «hola, soy Joserra». Pero debajo de estos adoquines no se esconde la playa, sino una crisis interna en el partido que tenían que haber resuelto hace muchos años y que seguramente tardará en cicatrizar, si es que cicatriza una herida tan abierta.
Aunque yo no quería hablarle de política, ni adoptar un tono alarmista, para que después no digan que ando pesimista por la vida. Hay demasiadas señales como para detenerme en las más evidentes. La de anoche, por ejemplo.
Tanto paso y tanta opinión –disculpe, pero ya es como frase hecha- dando vueltas por Cádiz en un nivel de concentración tan alto no puede ser bueno, ni siquiera para los que profesan la religión de la «salida extraordinaria». Ni siquiera para los que nunca tienen el paso lleno. Porque lo de la exaltación pública de la fe es una cosa, -en la que se puede estar o no de acuerdo- y otra muy distinta es la utilización pública de la fe con otras finalidades, menos espirituales, por cierto. Ni en los años más duros del nacional-catolicismo se vieron cosas semejantes. La justificación hotelera, hostelera, turística, artística, verbenera, festiva, comercial y todos los apellidos que se han querido poner al Vía Crucis diocesano no ha sido suficiente. Y no ha sido suficiente por esa manía tan nuestra de mezclar las churras y las merinas a ver qué pasa.
Si el turismo se postula como una de las fuentes de ingreso para nuestras maltrechas carteras, no queda más remedio que ofrecer al que venga una programación veraniega –no ya de calidad, que sería mucho pedir- que contente las expectativas de un amplio espectro de visitantes. Un programa con ciento cuarenta actividades presentaba el Ayuntamiento hace unas semanas; un programa que, a decir de la concejala, volvía a apostar por «un verano con calles llenas de gente, con mercado, con conciertos y actividades por toda la ciudad», pero sin tener en cuenta, una vez más, que ni todos somos forofos del carnaval, ni todos somos capillitas –al final, también ese mundo se presta a los espectáculos de calle-, ni todos somos amantes de la música en directo. Aquí tiene otra señal ¿Cuántos conciertos hay programados para este verano? ¿Cuántas noches de carnaval? ¿Cuánto festival flamenco?
Dicen que es la música la que amansa a las fieras. A la vista del programa veraniego de esta ciudad, debe ser cierto. Pero a mí, que quiere que le diga, me produce un gran desconcierto.
Y eso que me he quedado sin entradas para Ricky Martin.
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