OPINIÓN

La derrota

Ojalá Blanca Fernandez Ochoa quedara solamente inscrita allá arriba en el cuadro de honor de los montañeros que subieron al cielo y no pudieron volver

Francisco Apaolaza

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Acaba de echar a andar este septiembre asesino -septiembre siempre es el final de algo- y la Sierra de Madrid ya está Blanca. Blanca Fernández Ochoa en el bosque bajo las piedras de La Peñota, tan grandes y tan romas como caparazones de monstruos ya ... extintos, y anda España preguntándose dónde sonrió por última vez la esquiadora. De todas las hazañas de las que es capaz una persona, quizás la más difícil sea la de salir en todas las fotos sonriendo. Los alegres siempre son más frágiles, por eso parece que se van más , y que se quedan siempre los hijos de puta y también los rancios, de los que decía mi padre que si volaran, no se vería el sol. La Sierra de Madrid, que acosan los fines de semana los domingueros de ropa chillona y botas con suela media de trekking, uniformados como un ejército vulgar, presenta desde hace unos días un aura majestuosa y mortal, casi de Annapurna. Ojalá no hubiera nunca respuestas de lo que sucedió allá arriba y en adelante sobre este asunto esta noche cayera una capa espesa de nieve mansa, silencio y poesía. Y que ya no se supiera más. Ojalá Blanca Fernandez Ochoa quedara solamente inscrita allá arriba en el cuadro de honor de los montañeros que subieron al cielo y no pudieron volver; o no quisieron, qué importa.

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