José Landi

Dejad la Aduana en paz

Cádiz debería exigir otro huso horario. Aquí las horas duran más y los años, claro, el doble o el triple

José Landi

Cádiz debería exigir otro huso horario. Aquí las horas duran más y los años, claro, el doble o el triple. Los proyectos pendientes se cuentan por décadas cuando en otros lugares se miden por decenas de meses. Hay tantas pruebas que cada semana se puede rescatar una cualquiera, al azar. Ahora, por ejemplo, toca revivir aquella porfía de hace casi diez años: tirar o no la Aduana en la plaza de Sevilla. El debate, entonces, tuvo buen fin para los 3.000 ciudadanos (esos dicen que fueron, según unas firmas) que solicitaron y obtuvieron el indulto que evitó el derribo. Esos nostálgicos de los buenos tiempos querían mantener intacto un edificio que, creen, tiene valor para la ciudad. Otros vecinos con el mismo derecho a opinar (a riesgo de ser puestos como los trapos, de «esbirros» para arriba) consideraban su derribo conveniente, entienden que el edificio no importa un comino y que su desaparición está lejos de suponer una merma para Cádiz. Es más, los beneficios para el proyecto de la plaza de Sevilla, obstaculizado por ese inmueble, superan con mucho el presunto daño que causaría su desaparición. Algunos de los que lideraron el movimiento conservacionista (no confundir con «revisionista») gritaban de pena, aferrados a la época añorada en la que el edificio se construyó: la década de los 50. Incluso, allá por finales de 2008, recibieron el apoyo de un intrascendente sector de la prensa local ya difunto. Más allá de esos carpetovetónicos meapilas y de los supuestos firmantes, nadie comprendió la decisión de la Junta, que ordenó salvar el edificio con una protección patrimonial ‘ad hoc’, hecha con la torpeza de una delegada de Cultura llegada de Marte, desaparecida para siempre al poco tiempo, que pretendía hacerse la estupenda, fastidiar al PP y retener 3.000 votos perdidos de serie. Logró espantar otros tantos, claro. Para la mayoría de los gaditanos, la Aduana no tuvo nunca más función que ocultar alguna meada, algún revolcón y algún estacionamiento –afortunados y clandestinos– cuando la ciudad está infestada por Carnaval, Semana Santa, Navidad o Regata.

Diez años después, hay que darle la razón a los que se agruparon, recogieron firmas y consiguieron presentar su empeño como la opinión popular. Mejor no volver a menearlo. Para qué. Tampoco avanza, nunca, nada, allí alrededor. Hay que darle la razón a diletantes, burgueses y académicos, aspirantes a oligarcas de provincias. Para ellos el duro y la fachada. Tienen razón. La Aduana merece sobrevivir. Ahora que resucita la disputa, resulta que no hay mejor símbolo de la ciudad, junto a esa estación de trenes en la que cada vez apetece más entrar y montarse. En la que cada vez hay menos motivos para bajarse y salir. Es un monumento a eso, qué coño.

Dejad la Aduana en paz

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