Dame niños y rock&roll
En estos tiempos de luto generalizado, llevar a unos camaradas de un metro a la portada del periódico es lo más transgresor que se puede hacer

Se llevan la fama los futbolistas y los políticos, pero si hay un colectivo que siempre se repite es el de las estrellas del rock . Y no me estoy refiriendo a las salidas de mascarilla de artistas como Bunbury –Enrique tronco, ¿qué te ... ha pasado?–, sino al discurso habitual de las entrevistas cuando, ante la pregunta de cómo se sienten, suelen responder aquello de «como un niño». Un niño con múltiples variantes, claro, que los hay de toda suerte y condición. Ahí tienen a Billy el Niño, al Niño de Santa María o el Niño, que trae lluvias torrenciales a Perú y vacía las redes de los pescadores. O al niño de su vecina, ése que trabaja de despertador a tiempo completo y de apisonadora a media jornada.
Un niño es lo más parecido a un rockero que existe . Por eso esta semana, cuando en el periódico tuvo que decidirse por una foto para la portada que resumiera todo lo que estamos sufriendo por la crisis, se optó por darle un poco de rock&roll. Y que la imagen que descollara fuera la del mágico espectáculo de ocho niños abrazados (pero con mascarillas, porque el amor siempre se guarda algo de pudor en los labios) y jugando en una plaza del que es el Benjamín de la provincia, Villaluenga del Rosario, el municipio menos poblado de Cádiz. En estos tiempos de general y justificado luto, sacar la alegría de unos camaradas de un metro de altura era lo más transgresor que podíamos hacer.
Como un niño al que la lluvia ha arruinado un paseo en bicicleta se sienten también buena parte de gaditanos por el hecho de no tener carnaval este año (Concurso diría un purista, como si la fiesta fuera un estado anímico, unos recuerdos borrosos o una patria imaginaria donde convive un disfraz del Zorro y una botella de Gloria). Mientras, el propio Carnaval de los niños está siendo el curso escolar, sometido a unas normas que no conocen pero que acatan y a una sensación constante de que puede acabar todo en cajonazo estrepitoso. Y los padres, como los aficionados del Falla, divididos entre los que prefieren el pasodoble de que se cierre las aulas por el aumento de contagios y los que recuerdan el popurrí de que si los niños vuelven a casa, ¿quién se ocupa de ellos? La misma música para dos repertorios distintos y con los componentes sin saber si ahora al frente del Patronato (que no joé, que ya no hay) está Illa, Aguirre, Pedro Sánchez o el Rubius y pendientes de los puntos de la tasa de contagio. Cada mañana, una sorpresa nueva. Como un eterno rock&roll, como una infancia que nunca se acaba.