Cuentos de Navidad
Al igual que Charles Dickens nos relató, existen en Cádiz muchos señores Scrooge carnavaleros, compruébenlo y me darán la razón
Al igual que Charles Dickens nos relató en ‘Cuento de Navidad’, existen en Cádiz muchos señores Scrooge carnavaleros, compruébenlo y me darán la razón. Son hombres tacaños que van de graciosos, gaditas al cien por cien, su lema es «en Cádiz hay que mamar», son solitarios, misántropos dentro de una multitud, que no celebran casi nada, ni la Navidad, sólo piensan en ganar dinero y en su Carnaval del alma.
Cuenta la leyenda que en una víspera de Navidad, uno de éstos ‘scrooges’ gaditano, recibió la visita del fantasma de un antiguo carnavalero muerto años atrás. Éste le cuenta de una manera escalofriante que por haber sido roñoso en su vida y retrógrado con sus pensamientos carnavalescos, toda su maldad se le había convertido en una larga y pesada cadena que debería arrastrar por toda la eternidad, advirtiéndole a Scrooge que a él le espera un destino aún peor, así que le avisa de que tendrá una última oportunidad para cambiarlo todo. Podrás cambiar todo, le dijo, cuando recibas la visita de los tres espíritus de Don Carnal. Nuestro Scrooge dicen que no se asustó y desafió la predicción del fantasma diciendo que aquí está el tío. Esa misma noche se le aparecen los tres espíritus carnavaleros: el espíritu del Carnaval pasado fue el primero, éste le recuerda su vida juvenil llena de melancolía y la adicción acérrima por chirigotas, comparsas y coros y el desmedido afán de ganar dinero con ello. El espíritu del Carnaval presente fue el segundo en aparecer haciéndole ver la actual situación de otros carnavaleros, los cuales a pesar de su pobre conocimiento e integración en la fiesta, tienen una profesión y familia con la cual celebran la Navidad con bastante intensidad, mostrándole con ello cómo casi todas las personas celebran estas fiestas, incluso aquellos que también luchan en el concurso por obtener un buen resultado. Por último el terrible y sombrío espíritu del futuro carnavalesco se presenta y le muestra el destino que toman los cicateros como él. Su casa merodeada por los del tres por cuatro, el recuerdo gris de tantos amigos que le olvidaron y que perdió por esa afición tan enfermiza a las coplas, el trabajo que pudo haber conseguido si no hubiese dedicado todo su tiempo a salir en agrupaciones para ganar ese dinero fácil, y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual narran que Scrooge se horroriza de tal forma que suplica una nueva oportunidad para cambiar todo lo vivido. Entonces, el miserable carnavalero despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable, que celebra la Navidad y aquellas fiestas que se tercien en familia y con sus amigos, ayuda a quienes le rodean y no olvida jamás que hay otra vida más allá del carnaval.
La coincidencia de fechas hace que muchos no disfruten como quisieran de estas fiestas con los suyos, incluso son capaces de perderse las compras de Reyes para sus hijos, las visitas a belenes, los paseos por nuestras calles iluminadas, los besos con su amor por Canalejas prefiriendo horas y horas de ensayos que no lo llevan a ningún sitio. La afición no debe superar tanto al sentido común como para olvidarnos de lo principal de ésta existencia: ser feliz.
Por cierto quien tenga la curiosidad; en la tumba de nuestro Scrooge carnavalesco ponía éste epígrafe. «Aquí yace Scrooge, el carnavalero que pensó que viviría como las coplas de Paco Alba, para siempre».