OPINIÓN
Cosas que estaban ahí
En 2020 volveremos a plantearnos el nombre de las realidades, señal de que están en peligro
Echaremos de menos en 2020 algunas cosas que nunca pensamos que echaríamos de menos: lo aceptado, lo establecido, lo dado por hecho. Nos faltarán Juan Carlos Aragón, por ejemplo, o Manolito Santander, que habían formado parte del paisaje emocional de Cádiz y que se ... perdieron en 2019 como si se fundieran los casquetes polares . En este febrero que ya viene entrando por el Segundo Puente, cuando se abra el telón del Falla se verán los dos socavones de nostalgia que se le han abierto al escenario del Falla. A las coplas de Juan Carlos las van a echar de menos hasta los detractores de Juan Carlos.
En 2020 viviremos sucesos que revisarán asuntos que formaban parte del paisaje inmutable de nuestra sociedad, pilares de lo que somos y que habíamos dado por hecho como damos por hecho que el agua moja, el fuego quema y el sol sale por el Este: la unidad de España, la Justicia, la configuración territorial de nuestro país y su propia forma de gobierno comenzarán a no estar tan claras . El sistema judicial, por ejemplo, al que creíamos eterno e indestructible quizás no lo sea tanto. Las decisiones del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y la necesidad de investirse de Pedro Sánchez están modificando de manera tan radical el panorama de los políticos presos que se pondrán en tela de juicio hasta los fundamentos últimos del sistema. Con Junqueras en libertad práctica, la zambomba penitenciaria del artículo 100.2 y las idas y venidas de Puigdemont por Europa -si no por Barcelona-, en el Parlamento Europeo se celebrará un suplicatorio con informes, testigos y votaciones en los que se discutirá mucho más allá de si el hecho de ser elegido otorga inmunidad a un parlamentario: se hablará de si este es un país democrático donde se respeta el Estado de Derecho. De mano de los populismos y de las dudas que el propio Gobierno pone encima de la mesa con sus actuaciones sobre la Abogacía del Estado y la Fiscalía General del Estado -«que de quién depende, ¿eh?»-, poco a poco vamos transitando de los debates sobre cuestiones procesales hacia conversaciones en torno a si en España hay separación de poderes y si en este país quien la hace, la paga.
Poco a poco, a merced de las necesidades de la matemática parlamentaria socialista y de las rentas políticas a pagar a cambio del apoyo de los independentistas, si se mantiene en la vía Podemos+Esquerra Pedro Sánchez irá desplegando todo un nuevo ecosistema político y lingüístico alrededor de Cataluña . Este cambio climático sobre la independencia ya comienza a vislumbrarse en matices con los que el Gobierno va rompiendo consensos pequeños en ocasiones, léxicos incluso, pero importantes que aquí y allá van aflorando como pequeños signos de un cambio mayor. Estas posturas que el secesionismo denomina amigablemente ‘gestos’ se pueden advertir en los vocablos que se usan para referirse a las realidades políticas. Así, de pronto, a petición de ERC, un día España se desayuna el conflicto político en Cataluña, al día siguiente la Constitución se denomina «seguridad jurídica que emana de las leyes democráticas» y, de pronto, nacionalidad es sinónimo de nación -España tiene ocho, Iceta las ha contado-. En 2020 volveremos a plantearnos el nombre de las cosas, señal de que están en peligro. Las palabras no son la ley, pero los griegos ya sabían que la democracia no está hecha de leyes; la democracia está hecha de palabras.
Terminamos el 2019 poniendo en cuestión algunos de los principios fundamentales que han sustentado la vida política de los últimos años. La negociación con Esquerra supone conceder desde el Gobierno que el asunto catalán se había llevado por cauces judiciales siendo un asunto político que por tanto no se debiera haber judicializado. Este discurso forma parte de la ventriloquia que Junqueras ejerce a través de Sánchez, y permite que, poco a poco, en algunas órbitas de opinión vaya cuajando ya mismo y aún con más fuerza en los próximos meses la idea propuesta por los independentismos y asumida gramaticalmente por el sanchismo de que fue un error perseguir a los responsables del Procés, de que no es lo mismo conculcar las leyes al declarar la independencia y consumar el delito de sedición que -pongamos- robar, y que este es un asunto que se tendría que dirimir y, por tanto, conceder en los parlamentos. Así iremos entrando suspendidos de los globos sonda socialistas en las profundidades políticas de la negociación, del derecho a decidir de los pueblos y del «algo habrá que hacer para solucionar lo de Cataluña y contentar a dos millones de personas». Hablaremos del porcentaje de síes en un referéndum hipotético y por tanto del derecho de autodeterminación de Cataluña que consideraremos ‘icéticamente’ una buena mañana, la independencia de la que pensamos que no hablaríamos nunca y aquí estamos. Es posible que la conversación sobre Cataluña provoque nuevas tensiones regionalistas como la leonesa que se acaba de plantear estos días, nuevas exigencias territoriales económicas y formales -veremos un avance soberanista del PNV- y otros debates más ambiciosos que aguardaban más o menos dormidos a una muestra semejante de debilidad del Estado. Si podemos hablar de la independencia de Cataluña, ¿acaso no podemos hablar del Rey de España?
El modelo de Estado, la unidad territorial o la solidez del sistema judicial son las cosas de las que hablaremos penosamente este año en España. En realidad, los ciudadanos no van por la calle por la mañana un jueves discurriendo sobre la idea de la unidad de España, al menos hasta ahora, pues constituía algo que estaba ahí, sin mas. Nadie camina por la acera discurriendo sobre si carece de dolor en las rodillas, salvo los cojos.