Yolanda Vallejo - Opinión

EL CONGRESO DE LOS RATONES

En esta comunidad de vecinos se pierde el tiempo en discutir, decidir y votar el color de las paredes, sin reparar antes las grietas

Yolanda Vallejo

La poca cultura asamblearia que tenemos la aprendimos en las reuniones de la comunidad de vecinos, ese ágora tan democrático que se sostiene sobre las alianzas más disparatadas, y cuyos acuerdos suelen tener como banda sonora, el pito de un sereno. Algunos ya experimentamos el placer de la deliberación y el debate en el instituto, cuando cualquier excusa era buena para perder una hora de clase. Por ejemplo, “vamos a votar si el examen lo hacemos el lunes o el martes, pero antes, que cada uno exprese su opinión”. Entonces, la asamblea estudiantil se reunía y se debatía “el lunes no”, “pues, el martes”; “el martes no”, “pues, el lunes”, “votos a favor del lunes”, “el lunes no”, “pues el martes”… y así hasta que el timbre nos recordaba la sagrada hora del recreo y aquello se disolvía, y se olvidaba, rápidamente. Es lo que tiene haber crecido en el país precocinado, donde todo venía ya listo para calentar, servir y tragar.

Y así no hay manera. Porque luego nos pusieron en la mano las herramientas, pero no nos dijeron como montar los muebles –el país donde Ikea ofrece más montadores, es el nuestro-, como construir el debate, la argumentación y sobre todo, como respetar la opinión de los demás sin soltar un “¿qué dice tú?” de casapuerta vecindona. Siempre fuimos un poco así, no se crea que toda la culpa la tienen los cuarenta años de dictadura. A los ilustrados del XVIII –sí, cuando el mundo giraba en torno a Cádiz, no se le vaya a olvidar- les costó más de un disgusto eso de poner encima de la mesa los platos que eran de menos gusto para los españoles; los toros, el teatro, la agricultura, la modernización del país… el debate ilustrado fue un fracaso, y no tanto por los planteamientos, sino por esa manía que tenemos de que la burra vuelva al trigo una y otra vez. Usted lo sabe mejor que yo. En este país todas las reuniones en las que se debe tomar una decisión acaban de la misma manera “bueno, pues ya lo pensamos, y si eso, pues nos reunimos otra vez, o montamos una comisión, y luego ya vemos”. Eso es. El auténtico congreso de los ratones que escribía Samaniego.

En esta edición, el congreso de los ratones tenía como tema la fecha fija para la celebración del Carnaval. Muy interesante, y sobre todo, de gran calado social; con lemas tan sesudos como “un debate que corresponde a la ciudadanía”. En fin. Comienza la sesión, y con ella la barra libre de despropósitos, que es la que más rentabilidad ofrece en esta ciudad. Que si el carnaval no tiene nada que ver con la cuaresma; que si hay que desligarlo de la liturgia religiosa; que si el Papa ahora está proponiendo –lo sugirió en 2015 y nunca más se atrevió- fecha fija para la Semana Santa; que si la fecha fija atrae a más visitantes –el 28 de febrero puede caer en miércoles y puede ser que no venga nadie-; que si con tiempo se puede planificar todo mejor; que si para la hostelería es más ventajoso; que si el COAC necesita su tiempo; que si… que si…. Frente a ellos, los que defienden que el Carnaval tiene las mismas fechas cambiantes en el mundo entero; que el concurso no es Carnaval –ahí me apunto yo-; que la tradición, sea la que sea, manda; que si la Semana Santa sigue bailando en el calendario puede hacer coincidir la final carnavalesca con la salida de la Borriquita… Como ve, un debate de altura. Y, sobre todo, muy necesario en la ciudad de la emergencia social.

Todo alimentado, claro está, por las plataformas y asociaciones. Sin ellas, no seríamos nada. Posicionados, siempre, unos frente a otros. Porque aquí seremos todos muy modernos y muy guays, pero la máxima es que si no eres de los míos, estás contra mí. O me siento “ignorado”, como la Federación Provincial de Peñas Gaditanas, que lamentaba que nadie hubiese contado con ellos en esta profundísima reflexión sobre la ciudad, y anuncian un nuevo congreso de ratones para el próximo martes. O celebro un “largo debate y reñida votación” por mi cuenta, como la Asociación de Coristas Gaditanos. En fin.

Miauragato perseguía sangrientamente a los infelices habitantes de Ratópolis. Así lo cuenta la fábula “La desdichada en Ratópolis tuvo un congreso./ Propuso el elocuente Roequeso /echarle un cascabel y de esa suerte / al ruido escaparía de la muerte. / El proyecto aprobaron uno a uno. / ¿Quién lo ha de ejecutar? Eso, ninguno. Yo soy corto de vista. Yo muy viejo. / Yo gotoso decían. El concejo / se acabó como muchos en el mundo. / Proponen un proyecto sin segundo: / Lo aprueban: hacen otro. ¡qué portento! / Pero ¿la ejecución? Ahí está el cuento”.

Porque en el fondo sólo se trata de eso. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Verá. Hablar –afortunadamente- es muy fácil, y es gratis. Gestionar ya es otra cosa. Y tomar decisiones otra muy distinta.

Lo verdaderamente preocupante es que en esta comunidad de vecinos se pierde el tiempo en discutir, decidir y votar el color de las paredes, sin reparar antes las grietas, que cada vez son más grandes.

Esto está pidiendo ya un “Váyase, señor Cuesta”, o algo por el estilo. Qué le vamos a hacer.

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