La comunidad
Algunos propietarios compraron el piso a toca teja, otros tuvieron que hipotecarse con rebeldía para así poder reivindicar lo que les correspondía por historia
Aquel solar de la avenida España siempre había sido un codiciado terreno pero con muchos problemas. Al principio un asunto de herencia, los variopintos herederos, de diferentes familias, no terminaban por ponerse de acuerdo. Después vino un angustioso embargo de casi 40 años ... que hacía pensar que podría quedarse yermo de por vida. Por fin, y después de muchas cuitas, al principio de 1978, un grupo compuesto por siete arquitectos de prestigio, pero de diferentes estilos, consiguieron elaborar un proyecto ilusionante. Unos tuvieron que ceder poder en el cálculo de las estructuras y otros tuvieron que hacer concesiones en el diseño interior. Fue en el mes de diciembre cuando les fue concedida la licencia de obras. Por una vez y sin que sirviera de precedente, todas las administraciones, con competencias y sin ella, le dieron el beneplácito.
Tras unos meses de tediosas obras, y alguna que otra modificación muy meditada, terminó por construirse un edificio de 17 viviendas y dos locales comerciales. Algunos propietarios compraron el piso a toca teja, otros tuvieron que hipotecarse con rebeldía para así poder reivindicar lo que les correspondía por historia. Algunos lo adquirieron para especular desde dentro, otros lo hicieron con la ilusión del que adquiere su hogar y su propio espacio vital. Hubo incluso quien que pensaba que aquello sólo era el inicio de una nueva etapa, más libre y sin remilgos ni ataduras.
Después de más de 40 años, y de largas reuniones de comunidad, en las que como dice Manuel Vicent se demostraba la existencia de Dios, muchos han sido los problemas vividos. Desde el principio, algunos propietarios no han querido compartir los gastos comunes. Para ellos su casa empezaba en el dintel de su puerta. Nada de los que ocurriera fuera les importaba, y mucho menos compartir gastos. Había algunos que incluso de manera ruin han apoyado actos vandálicos perpetrados en las escaleras, y han teñido de sangre los rellanos. Otros sin embargo siempre han acatado las decisiones de la mayoría, aun teniendo en su mano el poder de representación que les da su coeficiente de edificabilidad.
Después de la última reunión de la comunidad, celebrada in extremis, la mayoría opina que todas las viviendas de cada rellano van a salir beneficiadas, unas ganarán poder, otras contarán con más recursos y algunas verán reducidas sus obligaciones pecuniarias. Los del C de Cataluña o Canarias, los del G de Galicia, los del V de Vascongadas, hasta los de la T de Teruel, que por fin existe, saldrán ganando. Los que pueden que salgan perdiendo serán los del A de Andalucía, que a pesar de tener uno de los pisos más grandes y más habitados, su voto en estas reuniones comunitarias sirve de bien poco.
Algunos de los propietarios están dispuestos a poner patas arriba la Ley sobre la Propiedad Horizontal, saltándose a la torera las normas que rigen la convivencia y que obligan a cada propietario a asumir los gastos comunes en una proporción equivalente a su coeficiente. Qué no vaya a ocurrir en este bloque de viviendas de la avenida España lo que describió el Premio Nobel de Literatura José Saramago en su novela ‘La balsa de piedra’.
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