Opinión
Comprometidos con la causa
Nadie que tenga que enfrentarse al pago de una hipoteca es tan temerario para arriesgarse a que le pongan una sanción económica que le descuadre el fin de mes
El pasado lunes pudimos ver en los informativos el seguimiento de los cortes de los CDR en la frontera de La Junquera. Me llamó la atención una breve entrevista a una pareja de tercera edad que se encontraba dentro de su coche y contaban al ... periodista, entre risas, que habían contribuido al colapso «muy a gusto», confiando en que «la paralización de la economía» (literal) forzara una negociación política.
Existen dos grandes tipos de actos llevados a cabo por los independentistas catalanes: unos, de corte pacífico y que van desde el simple porte de un lazo amarillo en la solapa a marchar unos pocos kilómetros por una autopista, entorpeciendo –o impidiendo– la marcha normal de vehículos, que son protagonizados de manera mayoritaria por personas que en sus ratos libres llevan nietos al colegio; otros, de corte vandálico y aún terrorista, que protagonizan mal llamados «universitarios», estudiantes de bachillerato y elementos antisistema. Y a semejante conjunto dispar les vincula una característica común: el «día de mañana», como concepto, se las trae al pairo.
Y es que, fuera del chiste fácil y el cliché grosero, nadie que tenga que enfrentarse al pago de una hipoteca –o unas clases extraescolares, el seguro del coche y, quizás, algún campamento de verano– es tan temerario para arriesgarse a que -por cambiar una bandera- le pongan una sanción económica que le descuadre el fin de mes. Y si eso pasa en Cádiz, imagínense ustedes el alcance del asunto allende el Ebro…
Quienes sí tienen desazón ante esas cuitas se reúnen en sus apartamentos veraniegos de la Costa Brava, en sus palcos del Camp Nou y en sus tertulias dominicales de vermú y aperol a 10 euros la copa, diseñando apretones, ocupaciones, rupturas y desobediencias…de los demás. Porque estos señoritos del ‘seny’ y el ‘negoci’ no solo consideran «bestias de carga» a los españoles. Lo más triste –y aún miserable– es que piensan lo mismo de sus propias manos muertas, a quienes envían al pasto y los palos mientras ellos blindan su retaguardia en Andorra.
Hace un par de años acudí –por accidente y error– a una cena veraniega en un precioso pueblecito marinero del Cabo de Creus. Fui invitado a una reunión anual de amigos «de siempre». Un grupo con media de edad en torno a los 40 años, formado por abogados, ingenieros, comerciales, asesores políticos… Incluso un diplomático andorrano. Gente ‘bien’, formada y viajada... Independentistas a pesar de ello. El encuentro, la calidez de la noche regada con vino y la francachela dio paso a revelaciones esclarecedoras. En un momento determinado, uno de ellos defendió que «su compromiso con la República» llegaba hasta los 3.000 euros. Ni uno más. Y todos asintieron. Fue entonces cuando les pregunté por sus ideales, sus reclamaciones y el ideal de sacrificio en pos de la búsqueda de la Justicia que se proclamaba desde los más altos foros patrióticos. Fui ignorado. Se cambió rápidamente de conversación y Messi comenzó a reinar en la mesa. En aquel momento di por concluida la cena, la compañía… Y el respeto.
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