Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Como si fuera la primavera

Hay semanas, usted también lo sabe, en las que el trabajo y la vida se acumulan de tal forma que ni siquiera tenemos tiempo para la rutina

YOLANDA VALLEJO

De qué callada manera, como cantaba Milanés, se nos ha adentrado la primavera sonriendo, casi sin darnos cuenta, –y eso que no tuvimos invierno, y eso que aún no tenemos gobierno- y casi sin darnos tregua en el combate diario. Hay semanas, usted también lo sabe, en las que el trabajo y la vida se acumulan de tal forma que ni siquiera tenemos tiempo para la rutina. Así vamos caminando, sin apenas desviarnos del sendero trazado, a sabiendas de que como dijo El Principito –con setenta y tres años recién cumplidos- “caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos”. Aunque eso es algo que parece que ya tenemos asumido, y es que de la manera que vamos, no tenemos mucho recorrido, la verdad.

Y aunque de cuando en cuando me impongo, a modo de penitencia o de inútil terapia, el optimismo como montera, no me hace falta más que abrir los periódicos o ver los informativos para volver de nuevo a mi estado natural. Porque, busque donde busque, no encuentro más que despropósitos y desmanes. Dígalo usted también, no se avergüence, llevamos una semana con un guión, más que de Berlanga –que es a lo que estábamos acostumbrados- de Buñuel. Surrealista hasta sus últimas consecuencias. Porque si el tema de las deportaciones ya es lo suficientemente espantoso como para sacarnos los colores en esta primavera europea, y los papeles de Panamá –creo que menos usted y yo, están todos- dan para una serie de terror con más capítulos que Arrayán, ni les cuento la secuencia de disparates a los que hemos asistido en los últimos días en nuestro país. Y no, no volveré a la ecuación del desgobierno ni a las reuniones familiares –cuñados, primos y demás fauna- de los tres candidatos a la presidencia que sigue ocupando el hombre que no quiso –o eso dice él- formar gobierno. En fin. Ya se lo dije, mire para donde mire, hay motivos para cerrar los ojos.

Unos ojos que miran pero que parecen no ver, por ejemplo, que los diputados tratan de justificar su poco sudado sueldo en el congreso, con medidas tan artificiales como la de llevar ante el Tribunal Constitucional al Gobierno en funciones por negarse al control del parlamento –con lo fácil que sería controlarlo ahora que no hace nada- y declararse en “rebeldía” según el portavoz del PSOE, o con medidas tan descaradamente populistas como la paralización inmediata de la LOMCE, cuando ni siquiera ha terminado el curso escolar en el que comenzó a implantarse la ley.

Y es que con la educación es con lo que más se juega en este país. Debe ser que como nuestros dirigentes políticos pasan la vida en un patio de colegio, es este el tema que más dominan. Que más dominan o que más quisieran dominar porque al fin y al cabo el tratamiento de la educación en este país ha sido siempre una bandera política que ha ondeado al vaivén de los vientos partidistas. No en vano, el tema educativo lo tiene todo, hasta niños chicos a los que echarles la culpa cuando aparecen los tiestos rotos. Entre unos y otros hemos convertido la educación en España en ese cajón de sastre donde todo cabe y donde todo vale. El quimicefa de la política garbancera.

Por eso, y por si no hubiésemos tenido bastante, nuestra comunidad autónoma que siempre ha ido imparable por la vida –y así nos va- ha presentado otro plan de igualdad de género en la Educación centrado en los usos lingüísticos dentro del aula que tiene por único objetivo el sacrificio de la gramática, la sintaxis y el sentido común ante el altar de la construcción ideológica de un discurso que ya huele a rancio. Los observatorios es lo que tienen, ya lo sabe. Varias cabezas pensantes y un pensamiento único, que por cierto, nunca es el más acertado.

De esta manera, ni sus hijos ni los míos van a poder decir ya que son “andaluces” sino que tendrán que interiorizar que son “población andaluza”, del mismo modo que no podrán volver a utilizar “políticos” sino “clase política” –yo, ya puestos, hubiese optado por otro término más apropiado, aunque no tan correcto- y tampoco podrán decirse a sí mismo alumnos, sino “comunidad escolar”, además de otros engendros lingüísticos como la ciudadanía, la tutoría, la adolescencia, las personas candidatas, las personas becarias… vamos, todo el catálogo de sinrazones gramaticales que quiera usted; no se preocupe, que hay para elegir.

Porque si es cierto que la lengua sirve para visibilizar determinados asuntos y que sólo existe lo que se nombra, –acuérdese de Harry Potter y Lord Voldermont, el innombrable- también es cierto que durante mucho tiempo, determinadas palabras adquirieron connotaciones según el género con el que se emplearan. Y sobre todo, lo que es indudablemente cierto cierto es que no por mucho repetir una mentira, se va a convertir en realidad –a menos que uno sea Goebbels, que cosas peores se han visto- y que no consiste solo en cambiar el lenguaje sabiendo que es el tejido social el que presenta los descosidos más grandes. Mientras haya jóvenes sigan pensando que el femenino de zorro se viste demasiado corto o que enseña demasiado escote, dará igual que sean población andaluza, comunidad escolar, o el lucero del alba, seguirán siendo la prueba más evidente de nuestro fracaso como sociedad.

Y mientras tanto, de qué callada manera se nos adentra la primavera…Y este año, ni siquiera nos ha avisado El Corte Inglés.

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