OPINIÓN
Tal día como hoy
La explosión de más de doscientas toneladas de trinitrotolueno almacenadas en la Base de Defensas Submarinas de la Armada se pudo ver desde Huelva, desde Sevilla, desde toda la provincia y destrozó a la ciudad de Cádiz en cuerpo y en alma.
Existen dos tipos de memoria. Como en los ordenadores, el imaginario sentimental juega con distintos códigos para descifrar lo grabado en el disco duro de nuestros recuerdos. Memoria histórica, dirá usted. Sí, memoria histórica que se va construyendo con lo guardado en nuestra memoria interna, ... la que cada uno organiza en documentos, imágenes y archivos que ha vivido en primera persona del singular o del plural, y una memoria externa que es la llamada a contextualizar todos esos recuerdos minimizados o magnificados por el uso y la costumbre. Y es precisamente esta memoria externa la que trata de despejar el común denominador de todos los hechos acaecidos en la historia, y paradójicamente es la más frágil, la más denostada y la menos guay de todas. Analiza hechos constatables; no se detiene en detalles ni en casos concretos, sino que escarba donde el corazón ya no late.
Dicho esto, entenderá usted que para los estrafalarios que amamos las efemérides haya días señalados en el calendario en rojo. Tan rojo como aquel cielo que un día como hoy, hace 72 años, tiñó para siempre la memoria colectiva de nuestra ciudad. La explosión de más de doscientas toneladas de trinitrotolueno almacenadas en la Base de Defensas Submarinas de la Armada se pudo ver desde Huelva, desde Sevilla, desde toda la provincia y destrozó a la ciudad de Cádiz en cuerpo y en alma.
Poco se sabía de lo que había ocurrido en realidad. La memoria sentimental habla de cristales rotos, de platos de comida que saltaban por los aires, de oscuridad, de gente que corrían hacia la playa, de gritos en la oscuridad, de los niños de la Casa Cuna, de las monjas que rezaban mirando a un cielo rojo, del miedo a una segunda explosión, de la alegría de reencontrarse con familiares, de la solidaridad entre vecinos y de la valentía del almirante Pascual Pery Junquera que arriesgó su vida y la de varios marineros para evitar una tragedia aún mayor. La construcción y la estructura del relato era casi siempre la misma, la resignación. El “nos ha tenido que pasar”, “no dieron las ayudas”, “yo estaba allí”… y poco más. Al perro flaco ya sabe que todo se le vuelven pulgas, y en plena posguerra, bastante tenía la gente con sobrevivir como para pedir explicaciones. El cielo se tiñó de rojo la noche del 18 de agosto de 1947 y no hacía falta saber más, su “antigua alma estoica”, como recogía un periódico de la época, era más que suficiente para resistir una vez más.
Y eso que la década de los 40 fue bastante movidita en explosiones para nuestro maltrecho país. En 1940 el polvorín del pinar de Antequera en Valladolid dejó un centenar de muertos, el incendio de Santander en 1941 –que se inició en la calle Cádiz- asoló por completo la ciudad o la explosión de los polvorines de Alcalá de Henares –apenas quince días después de nuestra tragedia- que ocasionó pérdidas humanas y materiales, fueron consideradas por el régimen franquista como “terrorismo marxista” o en el mejor de los casos como “accidentes provocados por el calor”.
La explosión de Cádiz dejó casi 150 muertos –contados prácticamente a ojo-, el barrio de Extramuros prácticamente inhabitable y un gran silencio. Un silencio apenas interrumpido por la fatídica muerte de Manolete y el plasma noruego que compartió con muchas de las víctimas de la catástrofe gaditana, la cena que el Caudillo suspendió en San Sebastián en solidaridad con los gaditanos, y aquel número especial de la revista Semana, lleno de fotos sensacionalistas fueron todo el botín que los gaditanos obtuvieron.
La memoria externa, como le decía al principio, es la única que puede dimensionar los hechos. Por eso las líneas de investigación abiertas durante la celebración del cincuenta aniversario –ya ha llovido, desde 1997- y fundamentalmente la labor seria, constante y a la vez apasionada de José Antonio Aparicio Florido, están desvelando la magnitud y sobre todo las causas de la terrible explosión de 1947, que tuvo mucho de negligencia y muy poco de consideración con la población civil, que tiene raíces demasiado profundas en el marco político europeo de la Segunda Guerra Mundial como para cortar el tronco y barrer las hojas. No se trata de buscar culpables ni de cubrir de rencor los recuerdos de los poco supervivientes que aún quedan, ni se trata de especular, ni de rellenar con morbo los huecos que todavía faltan por explorar. Se trata de no olvidar y de que nuestros hijos no olviden.
Si aún no lo ha visto, no se pierda el documental “El cielo rojo sobre Cádiz” de la productora Tesela. Dicen que la distancia es el olvido, peo en este caso, la distancia sentimental de los hechos es la que nos hace recordar, año tras año, que una noche en Cádiz, tal día como hoy, el cielo se puso rojo.
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