Julio Malo de Molina - OPINIÓN

Comienza el curso

Esos momentos felices de regreso al colegio fueron para algunos niños un descenso a los infiernos

El inicio de cada etapa de nuestras vidas equivale a un nuevo comienzo y repite el comienzo primordial. La llegada del otoño significa también para los jóvenes el cíclico regreso a las aulas, que los mayores vivimos también con intensa añoranza ¿Cómo no recordar con emoción aquellos comienzos de curso? Entonces era en octubre pero cualquier caso parece que fue hace muy poco.

Qué gustazo volver a estar de nuevo junto a esos amigos con los cuales no jugabas desde junio, encontrar nuevos colegas, la expectación ante profes que esperábamos fueran amables y divertidos; los nuevos libros llenos de imágenes sorprendentes; dichosos momentos en los cuales entran en tu vida nuevos libros y nuevos amigos. Sostenía Rilke: «La patria de todo hombre, de toda mujer, es su infancia» . Muy especialmente en esos alegres días del otoño escolar, como también cuando termina el curso y comienzan las vacaciones, de niños disfrutábamos con los cambios y odiábamos las rutinas aburridas de los mayores. Es la contradicción entre ámbitos complementarios: la familia y los amigos; lo cerrado frente a lo abierto, la seguridad frente a la aventura, lo monótono frente a lo diverso, lo previsible frente a lo imprevisto.

Me pueden imputar complejo de Peter Pan, no faltan diagnósticos mezquinos para descalificar a quienes nos rebelamos contra la abrasadora punzada del tiempo. Pero al comentar esto con un grupo de amigos y de amigas, pude comprobar que esos momentos felices de regreso al colegio fueron para algunos niños un descenso a los infiernos; he escuchado historias de un internado en el cual todos los muchachos quedaban aterrados cuando al cenar algún fraile pederasta fijaba su miraba con lúgubre deseo, y por la nochese escuchaban gritos de muchachos salvajemente violados en orgías organizadas en los sótanos de un triste caserón.

Un amigo me enseñó el lema de su colegio: «Initio Sapientiae Timor Domine». ¿La sabiduría como temor? En el miedo no es posible iniciarse el conocimiento, pues aquél está hecho del mismo material que la crueldad y la ignorancia. Conozco la historia de un tal Miguelito que regentaba una especie de «correccional» privado en Puerto Real , al que padres insensatos mandaban a sus hijos como castigo para que allí fueran tratados como delincuentes; hace años una de sus víctimas me lo presentó. Ante ambos se jactó de las torturas a que sometía a niños y niñas; añadía que ese era su negocio: recogía hijos de padres autoritarios y cumplía con sadismo el castigo que severos progenitores deseaban para sus pobres criaturas en ese «colegio del terror».

Algo funciona para consolar a amigos que padecieron maltrato escolar pues cuando charlamos de recuerdos infantiles acaban por salir las narraciones de Guillermo Brown, que nos mantienen unidos en el apego a nuestra edad inocente y desalmada; además representa la esperanza en que nunca nos faltarán ánimos para mantener la alegría después que la duda nos haya vuelto lúcidos y escépticos.

Guillermo y sus amigos «los proscritos» son libertad en compañía, como aquélla que deseábamos todos los chicos y todas las chicas. Una mujer, Richmal Cropmton (1890-1969), hija de clérigo que trabajó como profesora de latín y de griego, activa militante del movimiento sufragista, nos regaló nuestro genial Guillermo Brown, cuyo éxito literario ha recorrido el mundo: Javier Parra me cuenta que en la península argentina de Valdés hay un equipo de fútbol que se llama ‘Guillermo Brown’ de Puerto Madryn. Quino le rinde homenaje con Guille, hermano ácrata de Mafalda.

Comienza el curso

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