Bernardo Periñán
Columela
Lucio Junio Moderato es el mejor de los escritores romanos en tema agrícola. No es cuestión de pequeño patriotismo, es la opinión de los especialistas
Los gaditanos podemos escribir sobre Roma sin salir de Cádiz. Nuestra vieja barca de piedra fue más romana que muchas ciudades italianas de su tiempo, más grande y más próspera que la mayoría de ellas. Así lo muestra el Teatro que, ahora sí, por fin, se puede disfrutar y al que hay que imaginar como el gran centro social del Gades de los Balbo, en el siglo primero de nuestra Era. Si el mayor de los Balbo fue el gran valedor de Cádiz en la metrópoli, a pesar de su accidentada carrera política, su sobrino del mismo nombre se encargó de engrandecer y mejorar la ciudad originaria de ambos.
Ese ambiente cosmopolita y comercial, pero alimentado de una extensa zona de cultivo en tierra firme, es el escenario del famoso Columela, más conocido por la céntrica calle que se le dedica que por su verdadera dimensión. Lucio Junio Moderato, apodado ‘Columela’ como otros miembros de su familia aludiendo quizá a algún rasgo físico, es sin duda el mejor de los escritores romanos de tema agrícola. No es cuestión de pequeño patriotismo, es simplemente la opinión común de la doctrina especializada.
En lo literario tiene influencias de Salustio, Cicerón y Virgilio; en lo científico es mucho más original aunque sigue la estela de otros escritores agrícolas anteriores y recoge lo mejor del saber de su tiempo en agricultura, ganadería y botánica. A mi modo de ver, la obra tiene tres niveles: el técnico-agrícola, el económico y el jurídico, al que he dedicado no poca atención en trabajos especializados. Como se ha dicho, en materia técnica, los tratados de Columela son tenidos en la actualidad por un monumento del conocimiento agrícola romano, pero no se quedan ahí: lo que pretende el escritor es dignificar a la agricultura para potenciarla como medio de creación de riqueza. Columela cree que Roma debe cultivar su propio suelo y no basar su economía en la usura, el comercio o en la aprehensión de botines de guerra. Su pensamiento no se dirige al gran público, analfabeto en su mayoría, sino que pretende influir en las clases dirigentes que abandonaron el campo al considerarlo una actividad poco digna y de segundo orden.
Pero lo más llamativo en la obra de Columela, por estar casi oculto entre tanto tecnicismo, es el empleo que hace de los argumentos jurídicos, que dejan ver lo extenso de su formación y a la vez el desarrollo del Derecho su tiempo. Sobre otras consideraciones, destaca la visión del escritor acerca del derecho de propiedad sobre la tierra, pues entiende que el dueño tiene el deber de cultivarla. Es decir, ser propietario de un bien escaso como el suelo rústico implica una serie de obligaciones que podríamos llamar ‘colectivas’, en tanto su cumplimiento redunda en el beneficio común. El objetivo de sus invectivas son los absentistas, que volverán a aparecer en la historia como es bien sabido, para quienes el campo es un bien secundario en términos económicos, al que no sacan todo el partido posible. Interesantes son también sus reflexiones sobre la conveniencia de un trato clemente hacia los esclavos, para que trabajen mejor, o sobre el papel de la mujer, como relevante colaboradora del agricultor. Todo un avance para su tiempo.
Columela pertenece al círculo de Séneca y se le puede calificar como estoico a grandes rasgos. De ahí que tenga una visión moral del Derecho. La agricultura aúna moralidad y justicia, frente al enriquecimiento que proviene del crédito con interés, la guerra, el comercio marítimo, la clientela o ¡el ejercicio de la abogacía! Columela había visto mundo. Cuando abandonó Gades, ya formado y educado al modo romano, sirvió en las legiones como oficial en una unidad formada por gaditanos, destinada en Siria y Cilicia. Aquella experiencia le debió mostrar la realidad del mundo que le tocó vivir. Retirado de los asuntos públicos, se retiró a escribir con la intención de cambiar la Roma de su tiempo.
La más famosa obra de Columela, ‘De los trabajos del campo’, fue magníficamente editada hace casi veinte años por el profesor Antonio Holgado, de la Universidad de Cádiz. Hoy es casi imposible conseguir un ejemplar nuevo o usado. Ni el escritor ni el editor merecen ese olvido.