José María Aguilera - OPINIÓN

Las colas

Pero pocas cosas en este mundo merecen tres noches al raso, con viento, lluvia y frío

JOSÉ M. AGUILERA

Cada cual puede invertir su dinero en lo que quiera y disponer su tiempo para lo que le apetezca. Faltaría más. Pero pocas cosas en este mundo merecen tres noches al raso, con viento, lluvia y frío; y entre ellas no está comprar entradas para ver a Martínez Ares o Juan Carlos Aragón.

La sociedad de las prisas, la que aprieta el acelerador y se juega la vida mientras conduce a la par que contesta los ‘whatsapp’ mientras con la otra mano sostiene el volante; la que se irrita cuando una abuela se interpone en el camino y ralentiza su paso; la que pospone la cita con el médico para no esperar, con el padre y la madre; la que hay días que no dedica un segundo a dar un abrazo o decir ‘Te quiero’. «No he tenido tiempo. Estresado, cansado...».

Esa misma, de repente se detiene. El tiempo se para. Suena demagógico, para mí no lo es. ¿A qué estarían dispuestas todas esas personas que lucharon bravamente por una entrada si hubiera una causa que realmente mereciera la pena? ¿Y los que se indignan por quedarse sin ella? ¿No pone la vida piedras en el camino para asumir preocupaciones como ésta?

Quiero pensar que las colas de Carranza para la mayoría de estos seguidores representan una fórmula de diversión. En lugar de acampar en Los Caños, lo hacen junto al Estadio, de ‘grati’ con los amigos, y entre copla y copa disfrutan de buenos ratos con el Carnaval como excusa. Es la única explicación medianamente razonable.

Ello no lo hace peores aficionados, pero tampoco mejores. Sólo distintos. Mensaje para los de ‘golpecitos’ en el pecho: tres noches en la cola es inalcanzable para todo aquel que tenga un trabajo y coincida en esos días laborales, para las personas mayores o menores, para los que tengan una enfermedad, para los que no tengan dinero... amén de los que no están dispuestos a realizar esa locura pues hay otras prioridades.

No hay carnavaleros de primera y de segunda, y si los hubiera no sería éste el baremo para medirlos, para distinguirlos. Ahora queda disfrutarlo, y que tanta espera no acabe en decepción o ánimo desmesurado. Un poquito de cordura, ya que de paciencia parece que no hace falta.

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