Adolfo Vigo

Cofrades, ¿cristianos de segunda?

Estando aún reciente la reválida de Mariano Rajoy con la abstención por imperativo, o no, de la gestora, los apretones de mano entre Pedro y Hernando en plan puñalada trapera...

Adolfo Vigo

Estando aún reciente la reválida de Mariano Rajoy con la abstención por imperativo, o no, de la gestora, los apretones de mano entre Pedro y Hernando en plan puñalada trapera, la dimisión del exsecretario con su deseo de hacer las Españas, cual Labordeta, con una mochila a la espalda y recibiendo el baño de los militantes, prefiero hablar de otro tema que quizás me afecta más por mi pasado activo en ese mundo.

Desde el fin de semana pasado, no me quito de la cabeza la destitución por ‘decretazo’ de toda la Junta de Gobierno de la Hermandad del Nazareno del Amor y la dimisión de la Hermana Mayor de la Hermandad del Prendimiento. A todos ellos les mando un fuerte abrazo. La verdad es que no sé qué es lo que hay detrás, pero ambos casos tienen un denominador común: el director espiritual. Y es que no hay mayor verdad que aquella, que se suele decir en este mundo cofrade, de que «Dios nos libre de un cura cofrade».

Los directores espirituales están para lo que dicen los estatutos base. Están para guiarnos, para aconsejarnos, para recordarnos los Evangelios, para formarnos en la Fe, pero no para pretender fiscalizar la gestión de la Junta de Gobierno

Señores, déjense de pamplinas de la Plaza Mina sobre Halloween, Holywins y fiestas del demonio, olvídense de querer jugar a ser curas-mayordomos, fiscales, tesoreros o hermanos mayores, e intervenir en los montajes de cultos, en los gastos o en dirigir a la hermandad y, de una vez por todas, cojan al toro por los cuernos. Los cofrades no somos bichos raros. Somos, en la inmensa mayoría, personas interesadas en nuestra religión. En muchas ocasiones llegamos a la Iglesia no porque nos bautizaran con un mes de vida y sin tener ni idea de que es la religión, sino porque nos llama la atención el formar parte de una comunidad cristiana. Comunidad tan importante, ni más pero tampoco menos, como otras a las que se le da cobijo en el seno de la Iglesia. Cofrades que, normalmente, se alejan de la vida activa de su hermandad, de su comunidad religiosa porque se sienten maltratados por el cura de turno que predica una cosa pero actúa de otra diferente.

Y es que son las cofradías las que casi siempre llenan los actos religiosos de nuestra ciudad, como la llegada de algún icono a nuestra Diócesis. Somos esos a los que se nos cita para que llevemos a nuestros hermanos a demostrar nuestra fe cuando se necesitan que los resultados respalden algún acto religioso.

¿Qué en nuestro mundo hay personas que lo que quieren es destacar porque no tienen otro ámbito en el que hacerlo? Pues claro, como en todas las organizaciones donde esté el ser humano metido, incluso en la clerical. Pero hasta esos son dignos del respeto que como cristiano todos nos debemos, y en especial, la que nos deberían de tener nuestros directores espirituales. Todos, devotos de nuestros titulares, seguidores de Jesucristo y su bendita Madre, formamos el conjunto, la Hermandad, en definitiva, la Iglesia, y todos debemos de ser guiados, pastoreados, formados por los que están escogidos para llevar el báculo, el bastón de guía, la Palabra de Dios, y no ser apartados del rebaño por ser cofrades. Como si por serlos lleváramos el estigma de ser cristianos de segunda.

Parafraseando a San Juan Pablo II, no tengan miedo y abran las puertas a los cofrades.

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