LA OPINIÓN
Cocidito madrileño
Aunque todos lo considerábamos un madrileño castizo su origen era riojano

Aunque todos lo considerábamos un madrileño castizo su origen era riojano. Coetáneo de Carmen Morell, Rafael Farina, Juanito Valderrama y Antonio Molina, se hizo popular imitando a Pepe Marchena. Me refiero a Pepe Blanco. No a ése que fue ministro, sino al que popularizo la ... canción ‘Cocidito madrileño’.
Ese plato contundente, paradigma de la capital de España, puede que no supere los cánones de la alta cocina. Seguro que sus ingredientes, muy de mercados de barrio, no están a la altura de la nouvelle cuisine, pero a los que somos más de cuchara, que de platos dibujados, nos deleita hasta incrustarnos en el tierno sopor de una siesta con estertores. Sus ingredientes básicos son sencillos y variados, al alcance de cualquiera y disponibles para bolsillos agujereados. Garbanzos, puerros, zanahoria, patatas, repollo, ajos, ternera, cerdo, tocino, pollo, punta de jamón, hueso de rodilla, chorizo, morcilla, aceite y sal, y un toque final de fideos de grosor mediano, con los que seducir a ese caldo que levanta las tapaderas del sentido. Es plato único, servido en tres secuencias. Por un lado las verduras, por otro las carnes y el caldito con la pasta. Nadie se atreve con un segundo, por muy comilón que sea.
Quién nos iba a decir que ese lujo culinario de nuestra tradición sería una opción política de primer orden. En la Comunidad de Madrid el cocido se reparte en Consejería. El destino ha querido que, la qué fuera capital de la resistencia, se haya convertido en un fogón donde se cuecen apaños muy hacia la derecha.
Aquella que siempre fue tierra de hospitalidad. Aquella que nunca preguntó a nadie de dónde venía. Aquella que fue refugio de los de aquí y los de allí. Aquella que fue tan generosa que llego a tener la identidad más multicultural a la que se podía aspirar. Aquella tan centrada en el territorio que siempre estuvo equidistante de todos lados. Aquella desde donde se iba al cielo. Es ahora aspirante a convertirse en adalid de la exclusión, en un lugar donde sobraran gentes que no compartan ese perfil rancio y excluyente que pretende imponerse sin fisuras.
Las propuestas del nuevo Gobierno de la Comunidad de Madrid, escaparate de este país, pretende conseguir, entre otras medidas, un paraíso fiscal en medio de una realidad que sigue aspirando a que el ascensor social siga funcionando. A partir de ahora las libertades se convertirán en privilegios de unos pocos. Qué esto ocurra debe hacer que nos cuestionemos hacia dónde van los derroteros de este país. Si la cúspide está compuesta por gestores de dudosa ética personal y profesional, por tránsfugas de medio pelo o por condenados por delitos graves, podemos esperar una legislatura muy suculenta en recortes de todo tipo, sobre todo en lo que concierna a las políticas sociales e igualdad de género.
Dicen que Madrid quiere convertirse en faro, no sé de qué. Seguro que de la intolerancia y la intransigencia con la que se pretende emular modelos de gobiernos que estaban olvidados en la vieja Europa y que vuelven en brazos de los populismos y las mentiras interesadas. Esperemos que siga siendo nuestro principal ‘puerto de acogida’.