OPINIÓN
Ciudadanos imita a Podemos
La política iracunda que marcó los inicios de la formación morada parece haber contagiado al resto de partidos
El alcalde de Cádiz, en un encuentro anticapitalista celebrado en Segovia hace casi cuatro años –cuando apenas llevaba tres meses en el cargo– lanzó una de sus últimas proclamas inflamables. Desde entonces, las ha dosificado hasta hacerlas desaparecer. Son las obligaciones de querer seguir en ... el cargo. González Santos no decía, por entonces, nada que sonara nuevo. Que si la casta. Que si el régimen del 78. Que si lo quieren arrasar todo. Que si los restantes partidos le parecían despreciables y corruptos. Que si la pobreza se comía Cádiz –ya no–. Que la prensa es ridícula y los oponentes tienen un nivel ínfimo. Este discurso fue repetido en decenas de ocasiones por González Santos y sus conmilitones antes y, poco, después de las últimas municipales. Hablaban de apego a los cargos, de decisiones caprichosas dictadas por pequeñas cúpulas, amigos y familiares, de mochilas pesadas que lastraban a cualquiera que quisiera trabajar por sus paisanos. Cargaba contra todo y contra todos. Se amparaba en los símbolos, en los gritos y los gestos para una grada sedienta. Ninguna de estas ideas había aparecido de un día para otro ni era el descubrimiento de un dirigente ni de una formación. De hecho, es un discurso que comparten ya todos los que basan su política en una mezcla de radicalismo nostálgico y visceral, sea ultranacionalista, de izquierdas o de derechas pero siempre populista.
En cambio, sí tenemos derecho a sentirnos sorprendidos cuando ese discurso –o parte– aparece en boca de concejales de formaciones teóricamente moderadas, de fuerzas que solían presentarse como renovadoras, pragmáticas, liberales, bien desde la socialdemocracia, bien desde la derecha más europeísta. Eso es lo que sucedió ayer al grupo de Ciudadanos en Cádiz. Se autodisolvió con sus dos concejales hablando de personas que se «aferran a sillones», de «caciques» y «cachondeo», de que vale «cualquier cosa vestida de naranja» por tal de llegar a La Moncloa. La confección de listas está mostrando, en toda España, que la política iracunda, los malos modos y el autoritarismo se ha colado en todas las formaciones. Ya no hay discrepantes ni opositores, sólo enemigos. Tanto dentro de los partidos como fuera. Los que esperaban que los más vehementes se acercasen a las reglas convencionales, lo han visto. Pero también cómo los restantes partidos emprenden una carrera sin sentido hacia el filo de la intoleranc
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