Antonio Ares Camerino
Una ciudad de 80.000 niños
Tener en tus manos la concha te hace jefe supremo. El que posea el calcáreo vestido del caracol se erige en el único que tiene el poder de hablar en público
Tener en tus manos la concha te hace jefe supremo. El que posea el calcáreo vestido del caracol se erige en el único que tiene el poder de hablar en público. Él establece el orden, las prioridades y lo que se puede o no hacer. Lo que está permitido y prohibido, lo que es el bien y lo que es el mal. Decide lo que se come, cuándo y cómo, quién puede jugar y quién debe descansar.
La historia transcurre en una isla desierta del Océano Pacífico donde un grupo de niños y niñas arriban después de haber sufrido un accidente de aviación. Sin adultos que los tutelen, deben aprender a cuidarse y a organizarse. Tienen entre seis y doce años, y dan ejemplo de serenidad y entereza. ¡Si nuestra clase política aprendiese algo de ellos!
Esa es la historia del libro titulado ‘El Señor de las Moscas’, la primera y más famosa novela del escritor británico William Golding.
Según los últimos datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística, España continúa perdiendo población de manera acelerada y, de momento, imparable. Junto con nuestro vecino Portugal somos el país de la Unión Europea con la tasa de natalidad más baja. 1,34 hijos por mujer, cuando la tasa que garantiza la renovación generacional se sitúa por encima de 2,20, casi el doble. Según los expertos necesitamos setecientos nacimientos diarios para no convertirnos en breve en un país de viejos. Nuestra pirámide de población está invertida.
Mientras tanto, en los últimos meses han llegado a las fronteras del Viejo Continente un vergonzoso total de ochenta mil niños y adolescentes sin familia alguna, huyendo de la guerra, la miseria y el horror. Miran hacia el oeste como el lugar donde encontrar lo que les ha sido arrebatado con ensañamiento.
Dejan atrás familias, vínculos y recuerdos. Se aventuran a lo desconocido con la esperanza de ser acogidos por una Europa que se dice solidaria y sin fronteras. No les importan las calamidades y vejaciones que vayan a sufrir en el largo peregrinar por tierra hostil. Albergan todos los deseos de un mundo mejor. Ven un horizonte nítido y claro donde poder compartir su corta experiencia vital pero con toda la energía esencial aún por estrenar. Vienen con lo puesto, nada material lastra su corto pasado. A pesar de su desprotección, sus proyectos de vida, aún por escribir, aportan ese plus de vitalidad del que estamos tan falto. Traen mochilas cargadas de ilusiones. Su potencial es tal que este viejo y vetusto continente no se puede permitir el lujo de rechazar esta oferta de savia nueva que se nos ofrece. Imaginemos cuanto de bueno nos pueden aporta estas ochenta mil vidas por estrenar. No tengamos miedo en abrir nuestras puertas y nuestras mentes. Está demostrado que la mezcla y la muticulturalidad nos hace mejores personas. ¡Aquí hay sitio para todos, y si es para la juventud más aún!