Veranillo de los economistas

Moncloa lleva meses buscando expertos para un plantel de sabios económicos, pero muchos de los tanteados se han negado, pues temen que no les hagan caso

Se viene el verano distante, plástico y marlasko. Van a mapear las playas y a dividir su superficie con rejillas como en los yacimientos arqueológicos y así, a la caída morosa de la tarde, las señoras de la Caleta de Cádiz yacerán sobre la arena ... cuadriculada, estáticas y solemnes como momias del Gadir fenicio. El verano es el tercer mundo de las estaciones. Poseía antes ese encanto de calma, porque era lo que venía después del encierro de Pamplona y significaba, por tanto, un tiempo cuesta abajo por el que uno se deslizaba levemente, del insomnio de antes del siete de julio a la pierna suelta en la frescura del Cantábrico, a orillas de ese mar tan cierto donde uno recupera el sueño y limpia las fosas nasales con dos metros de ola en Gros. Este verano viene de nadie sabe dónde y va a ninguna parte. Es hijo de todos los inviernos y rematará en el mayor otoño que habremos conocido. Nunca septiembre será más septiembre y la sangría, más sangría. Se viene el silencio antes del impacto, que es el más inquietante porque uno espera algo. Verano sangriento sin los toreros jugándose las femorales, sin sol, sin moscas, sin Semana Grande, sin el Pilón de Falces, sin lengua y sin cifras de muertos. Julio caerá como una lagrimica de gel hidroalcohólico sobre las cifras de la OCDE.

En Moncloa siempre es el mejor verano de tu vida. Sobre la mayor tempestad se aparece Sánchez presumiendo y brillando en sus propias alturas, como el fuego de San Telmo que prende en los mástiles de los barcos en las noches de tormenta. Ayer, el presidente sacaba pecho por haber salvado a 450.000 españoles, pues se entiende que solo es responsable de los vivos. Moncloa ha contratado a cien economistas de elite para diseñar la era postcovid y yo me conformaría con ver a José Tomás y a Diego Urdiales torear. Veranillo de los economistas. Moncloa lleva meses buscando expertos para un plantel de sabios económicos, pero muchos de los tanteados se han negado, pues temen que no les hagan caso. Si es difícil que un político escuche a una persona, ¿acaso escuchará a cien? Algunos de los seleccionados no quiso ser coartada de cualquier cosa y servir para que, después de la era de ‘actuamos al dictado de la ciencia’, entremos de su mano en la de ‘hacemos lo que dicen los economistas’, que es una manera muy sanchista que tiene Sánchez de sacar de sí su responsabilidad sobre el mundo y hacer lo que le viene en gana, pero con sello de garantía.

Después la ciencia dirá una cosa y dirá otra muy distinta, y después, volverá a la primera. Ya pasó con Fernando Simón, que siempre salía a proclamar dictados de la ciencia en concordancia casual con los intereses del Gobierno, como el que decía que las mascarillas no servían cuando no había stock o este de congelar la cifra de muertos cuando nos vamos a la playa. Así habla una voz autorizada extracorpórea y a la vez interna del Ejecutivo, pues las voces que uno escucha siempre tienen razón. Hablará ‘La economía’ como si en el gobierno no hubiera economistas, o como si la ciencia sanitaria o la economía fueran unívocas y no sostuvieran con criterios siempre científicos una cosa y exactamente la contraria. No se ponen de acuerdo dos economistas, se van a poner cien... Pero chico, es la ciencia. La ciencia dice que hoy es primavera, y mira.

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