Veranillo de los economistas

Moncloa lleva meses buscando expertos para un plantel de sabios económicos, pero muchos de los tanteados se han negado, pues temen que no les hagan caso

Chapu Apaolaza

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Se viene el verano distante, plástico y marlasko. Van a mapear las playas y a dividir su superficie con rejillas como en los yacimientos arqueológicos y así, a la caída morosa de la tarde, las señoras de la Caleta de Cádiz yacerán sobre la arena ... cuadriculada, estáticas y solemnes como momias del Gadir fenicio. El verano es el tercer mundo de las estaciones. Poseía antes ese encanto de calma, porque era lo que venía después del encierro de Pamplona y significaba, por tanto, un tiempo cuesta abajo por el que uno se deslizaba levemente, del insomnio de antes del siete de julio a la pierna suelta en la frescura del Cantábrico, a orillas de ese mar tan cierto donde uno recupera el sueño y limpia las fosas nasales con dos metros de ola en Gros. Este verano viene de nadie sabe dónde y va a ninguna parte. Es hijo de todos los inviernos y rematará en el mayor otoño que habremos conocido. Nunca septiembre será más septiembre y la sangría, más sangría. Se viene el silencio antes del impacto, que es el más inquietante porque uno espera algo. Verano sangriento sin los toreros jugándose las femorales, sin sol, sin moscas, sin Semana Grande, sin el Pilón de Falces, sin lengua y sin cifras de muertos. Julio caerá como una lagrimica de gel hidroalcohólico sobre las cifras de la OCDE.

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