Hemos vivido
Hoy estamos seguros de que el año que viene será mejor y sabemos también que más vale no hacer predicciones.
Nos hemos contagiado, hemos enfermado y hemos muerto. Nos hemos ido en soledad, nos hemos despedido en soledad y en soledad nos hemos acompañado. Hemos pensado que no podía ser. ¡Hemos tenido un miedo! Y hemos llorado. Hemos aplaudido a los héroes, no hemos pitado ... a los villanos, nos hemos mordido la lengua y nos hemos enfadado como nunca. Hemos sentido miedo, compasión, solidaridad, alegría y enfado. Nuestra casa ha sido nuestra cárcel y nuestro palacio. Hemos aprendido recetas, hemos leído, hemos visto series y hemos pensado que haciendo todo eso, estábamos siendo héroes. Hemos pegado en el cristal cartulinas con letras de colores que decían que éramos felices y no lo sabíamos, y algunos sí que lo sabíamos. Hemos reconocido a otras personas en las siluetas de las ventanas. Hemos caído en la cuenta siquiera de que las siluetas de las ventanas eran personas. Nos hemos sorprendido preguntándonos por los anhelos, los miedos y las cuentas bancarias de aquellos tipos perfilados por la lámpara del salón de los que nunca habíamos caído en la cuenta ni de que existían. Nos hemos cruzado las miradas con ellos, les hemos dicho saludado con la mano y ellos nos han saludado con la mano a nosotros, les hemos preguntado si necesitaban algo y si estaban bien. Le hemos dado un nuevo sentido a la frase ‘Hola, ¿qué tal estás?’ Por la acera de enfrente hemos visto pasar la muerte con su paño oscuro y su camilla, y a los viejos también los hemos visto salir de nuevo el día en que volvieron a la calle, con el miedo y la mano del otro en su mano. Hemos convertido las pistas de hielo en cementerios de Castilla en diciembre y nos hemos acunado al sonido de los respiradores en las noches de Netflix y de disnea.
Hemos visto nevar en abril, hemos visto nacer a nuestro último hijo y hemos mecido su cuna entre un millón de ataúdes. Le hemos dado un nuevo sentido a tumbarse boca abajo, a la distancia, a los balcones. Hemos pinchado sesiones de DJ en las terrazas y rutinas de piernas-abdominales-glúteos mientras al vecino del séptimo no le daba tiempo a llegar al teléfono para decir ‘Que me muero’. Nos hemos quedado sin silencio y sobre todo, no hemos callado. Hemos visto caer cuatro aviones al día mientras nos quejábamos de que no había yogur de cabra en el supermercado para la receta de lo que fuera o de que había subido el precio de la lechuga iceberg. Moría tanto la gente y nosotros nos aburríamos tanto, y mientras, se encolleraban las tórtolas del árbol de enfrente y se divorciaban los amigos. Pasó la primavera y encadenamos tres inviernos. Hemos comprado gel, levadura y papel higiénico como para llenar un campo de fútbol. Hemos hecho bizcochos, panes con masa madre, nos hemos manchado la cara de harina y de lágrimas. Hemos confiado en la ciencia y hemos rezado a los cristos por entre las rendijas de las puertas de las iglesias. ¡Hemos vivido!, digo, y en general nos han pasado tantas cosas que, si nos las hubieran advertido, hubiéramos pensado que eran una broma. Hoy estamos seguros de que el año que viene será mejor y sabemos también que más vale no hacer predicciones.