Chapu Apaolaza
Cortylandia
Toda esa pose, digo, es una gilipollez porque a este mundo hemos venido a divertirnos y a pasarlo bien
No va a haber Cortylandia en Madrid, pero tenemos a Rufián. Hay recomendaciones de no ser más de seis en la cena de Nochebuena, ni en el bloque de investidura, a ver: el sanchismo, Podemos, ERC, y Bildu. Sobran dos sitios. Sánchez traerá 140.000 ... millones en langostinos tigre de Sanlúcar y Otegi, turrón del duro, la democratización de España y la ventana de oportunidad para ventilar. A saber la oportunidad de qué. Esquerra ha acordado con Sánchez frenar el ‘dumping’ fiscal de Madrid, esto es obligar a Isabel Díaz Ayuso a subir los impuestos a los madrileños. Tal vez sea que el independentismo haya hecho un viaje tan cósmico por las peculiaridades territoriales, las DUIS y la España que ens roba que vaya a rematar en esta cosa de negar que cada comunidad gestione el tramo de los impuestos que le corresponde. Queda tiempo para la vacuna, para los sanfermines, para ir a los toros con Rosalía y para ver a Rufián pidiendo el 155 para Madrid. Esquerra venía a liberar a los pueblos de España, pero ha comprendido que quizás convenga más dominarlos. A ver si la ventana de oportunidad de Otegi, ‘climalit’ de mis Españas, va a ser de oportunidad de mandar. Se dibuja un salto magnífico por el cuál el nacionalismo antes marciano, aterriza ahora entre los bambúes de Moncloa y no solo pretende gestionar su territorio, si no también el de los demás. Al nacionalismo siempre le gustaron las langostas como a mi abuelo, “una con otra” y este de andar caliente es un propósito tan respetable como otro cualquiera. Andaban los catalanes enredando con la cosa simbólica y el juego de rol del 1714, el martirologio de Torra, la pureza albina de Copito de Nieve, el negro de Banyoles y en general la arquitectura emocional del pueblo catalán ofendido por la cochina injerencia española, y de pronto están en la fiscalidad de Madrid, ahí, interviniendo. Viene a consistir este juego en que un soldado español no puede entrar a Lleida ni a desinfectar, pero que Rufián puede decidir cuánto cobra Madrid de impuesto de sucesiones. Puede intentar explicar el impulso de un independentista decidiendo los impuestos de un país vecino, pero resulta difícil. Estaba el independentismo en esa vocación del yo me lo guiso y yo me lo como, de la reivindicación del traspaso de la competencia en castellers -oye, muy bien- y ahora, ellos se lo guisan y se lo va a comer uno de Vallecas. Sánchez va de camarero.
Hablaba de Cortilandia y de su falta. Me gustaba mucho el tren de los ratones del parque infantil de Navidad. Eran unos roedores muy simpáticos que según la iconografía de la atracción -un trenecito que tardaba dos minutos en dar una vuelta- vivían en un costurero, creo recordar. Otro año montaron una que se llamaba ‘Los duendes pristilo’ insipirado en unos elfos que vivían en una flor, naturalmente. La música de Cortylandia sonaba en bucle; el Mariah Carey de aquí.Hasta hicieron un cedé que llevábamos en el coche y así, mientras el soniquete se repetía una y otra vez durante el tiempo que duraban las tres o cuatro colas de diez minutos más el viaje. En ese tiempo de sofronización musical, uno iba entendiendo que toda esa distancia que se tomaba sobre las navidades, ese ‘Qué horror, Cortylandia’ que se nos escapa a los estetas cuando concebimos echar la tarde en el parque infantil de un centro comercial, toda esa pose, digo, es una gilipollez porque a este mundo hemos venido a divertirnos y a pasarlo bien. Y Rufián, también.