Chapu Apaolaza
Un bonito cadáver (de otro)
La ruleta rusa siempre tuvo su atractivo, pero pierde mérito si el gatillo se pulsa en la sien del otro
Sin verano, sin tacto de otra piel y sin San Fermín, anda España absorta y ansiando la gloria del cielo cuando va por ahí sin mascarilla. Anida en todos nosotros la vocación de lo eterno: ayer tendría que haber corrido por Pamplona el encierro de ... Cebada Gago -rock&roll de la muerte-, seis pares de pitones dibujan en el aire la fórmula del secreto del más allá. Digo que España pide caja de pino cuando el ‘No pasa nada’ y la botellona de la carga vírica y se juega la vida, no la suya, si no la vida en general. La ruleta rusa siempre tuvo su atractivo, pero pierde mérito si el gatillo se pulsa en la sien del otro. Cabalgamos el impulso irrefrenable de la inconsciencia de la muerte en general. Veo a los zagales en el parque, señal de la edad que comienzo a tener. Es malo cumplir años, pero peor son las demás opciones. Ellos están en el limbo del abrazo, el beso y la mascarilla en el codo, y pululan en ese tiempo en el que uno se sienta en el suelo habiendo sillas y se apiña habiendo espacio. Tienen en la cabeza que de algo hay que morir, pero el que muere es su abuelo.
Los jóvenes, para lo que todo es paisaje, le están dando una vuelta a la frase de Humphrey Bogart y la han dejado así: “Vive rápido y que tu padre deje un bonito cadáver”. Son antihéroes. Circulo alrededor del parque contemplando las sombras de su miseria y calculo que no hay nada que hacer. No sé cómo hemos pasado tan rápido de que se apuntara con un rifle de asalto al que era sospechoso de sacar la basura dos veces y unas semanas después se permita que los adolescentes compongan cada tarde la melée de la muerte en el skatepark. Íbamos a salir a la calle con una app que nos diría si en la cola de la pescadería cruzamos la mirada con una rubia de Soria contagiada y ahora en Barajas se pretende parar la entrada de enfermos con exámenes visuales. Fallan los test y se pierden los anticuerpos, pero en España pretendemos reconocer a los enfermos asintomáticos por el careto. ¿Dónde están los expertos? Solo nos queda escuchar las oraciones laicas de Simón, cananeo de mis pandemias, con la estatua ecuestre en la moto a la puerta del Ministerio de Sanidad y esa cosa de que estamos pendientes, de que estamos preocupados, de que cuidado, y así suena aquella frase de eco maldito que reza que “hay pocos casos”. En realidad, la pandemia, más que un problema vírico, es una cuestión de origen humano. La Covid-19 se transmite en las gotículas que se exhalan por la respiración, y sobre todo en la consciencia estúpida de pensar como hemos pensado que lo que pasaba en China no iba a pasar en Italia, que lo que pasaba en Italia no iba a pasar en España y que lo que pasa en Lleida ahora no va a suceder en Madrid, Barcelona o Sevilla. ¿Por qué? No se sabe. Eso lo debería estudiar la ciencia además de lo de la cepa 614-G: el hecho de que una vez más aguardemos a que sea tarde para tomar las decisiones, y vivamos en manos de la desgracia, esperando a que llegue el impacto, que llegará, salvo un milagro. Ayer se dobló el número de contagios 15 días después de las fiestas de la noche de San Juan. Alguien dirá que no se podía saber.