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El desplome electoral de Ciudadanos en las recientes elecciones generales revela la fragilidad de este tipo de formaciones de perfil indefinido
El desplome electoral de Ciudadanos en las recientes elecciones generales revela la fragilidad de este tipo de formaciones de perfil indefinido, programas oscilantes, electorado volátil y corta historia, al modo de la UCD de Adolfo Suárez, el Partido Reformista de Miquel Roca y Antonio Garrigues ... Walker o UPyD de Rosa Díez. Más allá de la dimisión de Albert Rivera desde su papel como referente electoral, el rotundo fracaso no ha sido afrontado por sus otros dirigentes con humildad autocrítica, enrocados en el poder que aún mantienen en municipios y comunidades autónomas gracias al triple acuerdo de investidura con PP y Vox, alianza que los analistas señalan como causa del desastre. No interesa tanto el incierto futuro de este grupo nacido al objeto de contener el nacionalismo catalán, sino el sentido político del término "centro" como espacio impreciso entre la derecha y la izquierda tradicionales, cuyas raíces se encuentran en las derechas liberales y/o progresistas. Un precedente es el partido Derecha Liberal Republicana de Miguel Maura y Niceto Alcalá Zamora, partícipe en la coalición republicana que consiguió notable éxito en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931; ambos políticos fueron quienes negocian la abdicación del rey para proclamar la república el 14 de abril, de la que Alcalá Zamora fue presidente entre 1931 y 1936.
Referentes de relevancia internacional para el centrismo moderno se encuentran sin duda en Sir Winston Churchill y en el general Charles De Gaulle, figuras de la derecha conservadora posicionados hasta el heroísmo contra los radicales pronazis o filofascistas, y que aplicaron en sus naciones programas socialdemócratas más avanzados que los actualmente defendidos por los partidos socialistas de hoy. Pero Churchill pertenecía a un partido con siglos de historia y arraigo popular; tras la guerra mundial, torys y laboristas pactan un conjunto de medidas progresistas que aún caracterizan el estado de bienestar en el Reino Unido. Por su parte, De Gaulle lidera a los demócratas franceses frente a la ocupación alemana y al gobierno autoritario del mariscal Petain; más tarde interviene para resolver la guerra de Argelia, concediendo la independencia al estado norteafricano, y participa en la Constitución de la Quinta República que preside con talante progresista. Dos presidentes americanos, el masón Franklin Roosevelt y el católico John Kennedy, también inspiran ideales reformistas; Eleonor, esposa del primero, presidió la comisión para redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, carta magna del estado liberal y asistencial.
Hasta la segunda mitad del siglo XX existía una distinción entre dos principios: competitividad capitalista o solidaridad socialista, fórmulas básicas para regular el desenvolvimiento de las sociedades; la derecha defiende la primera, pues sostiene que produce riqueza, mientras la izquierda apuesta por políticas solidarias que generan bienestar social. Hoy sorprende que estados comunistas como China o Vietnam son mejores gestores del capitalismo, mientras la derecha conservadora se limita a la aceptación resignada del mundo tal cual es, con una advertencia: cualquier cambio solo conduce a un horror totalitario. En este marco, la socialdemocracia ocupa el espacio del reformismo liberal y social; en España ese centro se contiene en el ideario y en las políticas del PSOE quien hoy recoge el voto liberal progresista, por más que también asuma principios socialdemócratas, un espacio compartido con otras opciones diferentes, como antes Izquierda Unida, y ahora Unidas Podemos y Más País. La cuestión es si Pedro Sánchez consigue gobierno de izquierdas a la portuguesa, o su fracaso nos lleva a un gobierno “centrista” a la alemana.
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