Ceguera
La confusión actual de eso que hemos dado en llamar ciudadanía corre pareja al descrédito de la clase política.
La confusión actual de eso que hemos dado en llamar ciudadanía corre pareja al descrédito de la clase política. Y a río revuelto, ganancia de los pescadores que, bajo el disfraz de salvadores del pueblo o de la patria, aprovechan para cosechar los votos fruto ... de la desesperanza cuando no de la desesperación, o salidos, como pan de cada día, directamente del horno del miedo y de la ira. La escasez económica produce desorden, tanto en el terreno de la convivencia como en el de las conciencias individuales, y conforme este aumenta unos optan por echar más leña al fuego y otros, por el contrario, por esparcir la semilla fértil de reconducir al conjunto de la sociedad a una edad de oro pretérita, esa utopía de la vuelta atrás del todo imposible.
Los líderes políticos, tanto los que se siguen anudando la corbata de la moderación, como aquellos otros que han cortado ya ese nudo gordiano, dispuestos a meter mano a las obras de demolición o el levantamiento de los muros de una protección ilusoria, tratan de vendernos el crecepelo de su solución a todos los problemas, esa pócima milagrosa cuya receta se vanaglorian de poseer en exclusiva, como si fuera la fórmula secreta de algún tipo de bebida gaseosa. El quid de la cuestión no está en que ellos nos ofrezcan sus poderes mágicos a cambio de sufragios, sino en que nosotros nos creamos que ellos poseen un sentido especial que les permite observar el futuro de una forma inalcanzable para el resto.
Aquí está el truco del almendruco. Los encargados de marcar el rumbo a la sociedad, sean cuales sean sus más explícitas u ocultas intenciones, adolecen con respecto al futuro de la misma ceguera que el más desinformado de los depositantes de la papeleta en una urna. Porque no podemos concebir el futuro como una meta que está allí, más o menos próxima en el horizonte, esperándonos, inamovible y preestablecida por no se sabe quién, si dios o demonio, para instalarnos en un estado de felicidad permanente o en el más terrible de los infiernos. El futuro no existe fuera de nuestras conciencias de animales autoconscientes. El futuro lo vamos construyendo nosotros, con palabras y actos, en este presente paradójico que nunca acaba por más que no tenga duración. Creer, por tanto, en las promesas políticas de llevarnos a buen puerto es como hacerlo en cuentos de hadas, porque no hay puertos que nos esperen, ‘e la nave va’, como reza el título de Fellini, tratando de mantenerse sobre los lomos de las olas, entre periodos de calma chicha y los zarandeos de las tormentas.
El líder que quiere tomar las riendas del gobierno se verá obligado a firmar un pacto con el diablo mientras en su principal reservorio de votos, la Baronesa del Sur continúa enrocada con los suyos, contra los vientos de los ERES y las mareas de las sentencias, esperando su caída. Los nacionalismos, a uno y a otro lado de las líneas divisorias que trazan sobre la tierra baldía de su más feroz intransigencia, afilan sus armas acusándose unos a otros de idénticos pecados en la defensa a ultranza de sus respectivas tierras prometidas. Los nostálgicos del orden, envalentonados por la misma espuma electoral que se ha esfumado de entre las manos de Rivera, andan esgrimiendo las tijeras con las que le recortarán las alas al pájaro que vuela con excesiva libertad sobre el sagrado solar patrio. Miro hacia el futuro y no descubro luz alguna.