OPINIÓN
El caso Julen y el pianista del burdel
La cobertura del rescate en Totalán puede mostrar qué medios de comunicación tenemos, pero también qué espectadores
Hace unos días celebramos el santo patrón de los periodistas y, entre los del gremio, nos fuimos felicitando con la efusividad de quien sabe que, como a nadie corresponde el mérito, a ninguno habrá que pedirle responsabilidad. Quienes gracias a Dios somos ateos sabemos apreciar ... la divina paradoja de que a devotos que vivieron antes de que se inventara la tecla, la tomografía axial computerizada o el carburador les hagan protectores de periodistas, neurocirujanos o taxistas. Aunque, bien pensado, es la misma situación que se vive cuando señores y señoras que no se han apeado del coche oficial desde que tenían 19 años legislan del transporte público, de la prestación por desempleo o de las incompatibilidades entre la función pública y la privada.
Pero no iban por ahí los tiros del artículo, amigo lector, que me lía usted. Le decía que hace un par de días nos regocijábamos todos con lo del día del periodista y su preeminente papel para la democracia. Eso lo decíamos en unas redes sociales donde, acto seguido, se hacía un minuto a minuto del caso de Julen con ninguna novedad y ante el que, puede que con justicia, los amigos de la paja en el ojo ajeno no han dejado de cuestionarse por el interés real de hacer esas coberturas de 24 horas del suceso. No faltaban los que, con el pecho inflamado como palomos andando a ras de suelo, tachaban a los medios de comunicación de hienas, buitres y demás fauna carroñera. «Eso no interesa, la gente lo ve sólo porque lo ponen...»
Quizá no saben que si San Francisco de Sales es el patrón de los periodistas, el demonio de los reporteros ha sido precisamente el permitir que el espectador medio decida lo que valen las noticas. El peso de las visitas ha convertido los medios de comunicación en un gigantesco bufé libre donde cada comensal decide qué se lleva al plato. El resultado, le sorprenderá. Los mismos que, informativamente hablando, reconocen las bondades del suflé y la delicadeza del tartar no dudan en atiborrarse de patatas fritas y de la bollería industrial con la elaboración menos cuidada. Que nadie dude de que es ahora cuando el rumbo de los medios lo marcan los vientos de los espectadores. Ellos son, realmente, nuestros patrones, aunque estén dando un vestido que no le sienta bien a nadie. También era patrón Pablo Escobar y, salvo la reivindicación militante del bigote, pocos beneficios reportó.
Se atribuye a Tom Wolfe (la paternidad de la cita la reclama hasta la abeja Maya) aquello de «no le digas a mi madre que soy periodista; ella piensa que toco el piano en un burdel». Puede que siga retratando bien una profesión en la que, con posverdad y con intereses espurios, seguiremos intentado que suene la melodía.
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