YOLANDA VALLEJO - HOJA ROJA
El Cartero y sus circunstancias
La mujer que defendía Fórmica no era la mujer de hoy, entre otras cosas porque han pasado casi cincuenta años
Creo que fue Ortega y Gasset el que dijo lo de «yo soy yo y mi circunstancias», aunque después de visto lo visto, tal obviedad la podía haber dicho cualquiera, hasta su vecina Carmeluchi la del cuarto. Antes que él ya había dicho Unamuno que el hombre es un producto social, es decir, alguien totalmente condicionado por su educación y su entorno a ser de una determinada manera. Hasta ahí estamos todos de acuerdo, incluso usted, incluso yo. Porque uno es como es no sólo porque le haya tocado nacer en un lugar concreto, sino porque le tocó venir al mundo en unas coordenadas temporales de las que difícilmente se puede escapar. De ahí que no sea conveniente nunca juzgar a las personas ni a sus acciones sin antes analizar el escenario en el que se mueven; de ahí que siempre digamos «ponte en su lugar» cuando intentamos –casi siempre de manera infructuosa– entender determinados comportamientos. Hijo de su tiempo suelen decir las biografías o hagiografías de personajes con dudosas actuaciones, lo que traducido resulta que, bueno, a saber qué habríamos sido capaces de hacer nosotros en su situación. Ya lo sé, es como muy de ética y moral lo que le acabo de decir, pero es que yo también soy yo y mis circunstancias, y la educación que recibí en un tiempo en el que no era políticamente correcto cuestionar muchas cosas. Pero en fin, de aquellos barros vienen estos lodos y procuro siempre poner en cuarentena las descalificaciones categóricas que aíslan los hechos de su contexto. Por eso nunca me ha inquietado el busto de Mercedes Fórmica –más allá de lo inquietante que ya resulta su fealdad–, ni me ofendía su presencia en la plaza del Palillero –más allá de lo ofensiva que resultaba su estética–. Fue una hija de su tiempo, como lo pudo ser Fernán Caballero –pacata y mojigata donde las hubiera– con la única diferencia de que ésta última fue una indiscutible novelista y la otra no tanto. Posiblemente sus méritos no fueran suficientes para tener un busto en la ciudad, aunque lo que sí resulta evidente es que la mujer que defendía Fórmica no era la mujer de hoy, entre otras cosas porque han pasado casi cincuenta años. Utilizar ese argumento para retirar el busto es tan infantil como pensar que los que se tiraron al océano detrás de Pizarro lo hacían con la firme voluntad de masacrar a los incas.
Uno es producto de sus circunstancias, producto de la educación que recibe –mejor dicho, producto de los sistemas educativos a los que se ve sometido– y producto, no me cabe la menor duda, de la televisión. Porque hasta ahora yo pensaba que los desatinos del equipo de gobierno se debían en gran medida a los efectos nocivos de la Logse, –esa ley omnicomprensiva que perseguía el dorado sueño de aprobar sin esfuerzo– pero después de ver el vídeo de los carteros del cambio y después de ver la presentación de las carteras y carteros del mismo cambio que Podemos está realizando por medio país no me cabe la menor duda de que más que efecto de la Logse, toda la culpa la tiene la emisión de Barrio Sésamo.
Verá. En los años ochenta, mientras la adolescencia española caía enamorada de la moda juvenil y se defendía del medio con unas hombreras imposibles, los niños caíamos anestesiados cada tarde en la plaza del barrio más absurdo del mundo. Un barrio donde los niños llamaban a sus padres por sus nombres de pila –que era lo más in en el momento y causó furor entre los profesores más progres de instituto de entonces–, discutían asambleariamente si se comían el bocadillo de nocilla o de chorizo –de chorizo del de antes de la OMS– y debatían con el panadero y con el quiosquero y con todo lo que se moviera sobre los asuntos más peregrinos. Allí estaban, primero la gallina Caponata y el cartero –ahí tiene ya al cartero– PérezGil, y luego Espinete y don Pimpón, que participaban activamente –eran activistas, por tanto– en las decisiones que se tomaban en el barrio. Todo lo hacían al modo von Trapp es decir, cantando y bailando cosas como ‘Todos somos raros’, ‘Vecinos para siempre’, ‘Todo tiene arreglo’, ‘Una escuela en la calle’ y así. Luego salían SuperCoco que también hacía de cartero –eso marca, y mucho–, Epi y Blas y su depurada dialéctica, el reportero más dicharachero que era la rana Gustavo, y todos aquellos Teleñecos que nos enseñaron la diferencia entre dentro-fuera y arriba-abajo. Qué le vamos a hacer.
Como le decía, hay que ver las cosas en su contexto, porque uno es uno y sus circunstancias. Mañana el catequista Iglesias presentará en Getafe la iniciativa de ‘Carteras y Carteros del cambio’ y entregará la ‘Carta’ a todos aquellos que estén dispuestos a convertirse en emisarios y a ir puerta por puerta explicando las propuestas del partido, algo así como los Sembradores de Estrellas que cada Navidad van anunciando por la calle la Buena Nueva, pero en laico. Todo de una gran ingenuidad.
La próxima vez que los vea hacer o decir alguna tontería, no se lo tome a mal, ni juzgue sin tener en cuenta las circunstancias, al fin y al cabo, son hijos de su tiempo. Piense que si ellos crecieron con Barrio Sésamo nuestros hijos lo hicieron con Pokemon y los Teletubbies, y de ahí sí que no puede salir nada bueno.
Ver comentarios