Yolanda Vallejo
Cartas iban y venían
Afortunadamente, y aunque cambiemos de año, no hay nada nuevo bajo el sol
Afortunadamente, y aunque cambiemos de año, no hay nada nuevo bajo el sol. La frase, que le puede resultar manida de tanto repetirla, a mí me tranquiliza, qué quiere que le diga; porque me produce una placentera despreocupación saber que todo sigue igual. Se levanta una, y puede constatar que solo han cambiado el almanaque de la cocina y alguna otra cosa más, como la factura de la luz o los concursantes de Gran Hermano. Menos mal, pienso; ya me había acostumbrado a que los gobiernos del cambio, y los ayuntamientos del cambio y los partidos del cambio, y las políticas del cambio no lo eran tanto, así que comprobar que este año nuevo no parece que traiga vida nueva, me reconforta tanto como ver los plenos municipales.
A los plenos municipales les pasa como a los grandes artistas, ganan más si solo se les oye pero no se les ve –eso decían de Raphael y de Rocío Jurado, no? Pero a mí me gusta verlos, a veces bajando el volumen de la televisión, para poder interpretar mejor el lenguaje no verbal –y bastante bajuno la mayor parte de las veces- que nuestros representantes dominan como nadie. Entre aspavientos, morisquetas, y miradas de rufián, puede una seguir perfectamente la sesión; aunque para qué voy a engañarle, lo interesante es analizar el nivel de las intervenciones en los plenos municipales de esta ciudad, porque así entiende una muchas cosas, muchísimas. Lo primero que entiende es por qué los ingleses votaron sí al Leave, o por qué los norteamericanos eligieron a Trump de presidente. Es decir, se entiende perfectamente que no sabemos votar, o mejor dicho, que no sabemos a quién ni a qué votar y que lo hacemos sin calibrar las consecuencias que tiene depositar el voto y la confianza en personas y en proyectos equivocados. Pero, por encima de esto, viendo los plenos municipales siempre me hago cargo de lo que dice Emma Thompson en Love Actually –película altamente recomendable, y más en estas «entrañables fechas» que aún quedan-, «El problema de ser la hermana del primer ministro es que te da una perspectiva muy dura de tu vida ¿qué ha hecho hoy mi hermano? Dar la cara y luchar por su país ¿Y qué he hecho yo? Una cabeza de langosta de cartón piedra». Me acuerdo mucho de esta cita y la hago mía, pero al revés. «El problema de ser de Cádiz es que te da una perspectiva muy dura de tu vida ¿qué he hecho hoy? Buscarme la vida, educar a mis hijos, hacer la compra… ¿Y qué han hecho nuestros gobernantes? Discutir en el pleno sobre las ninfas y la bruja Piti». Esto, quiera o no quiera, te da una superioridad moral considerable y te hace la vida más llevadera.
Y eso que a este gobierno municipal y a su club de fans la historia les hará justicia, agradeciéndoles la recuperación del género epistolar como vehículo de comunicación con los vecinos y vecinas, paisanos y paisanas, y todas esas cosas. Ya sabe usted cuánto y cómo, me gusta que el alcalde le dé a la pluma. Me gusta, incluso, en la variante, «el concejal sí tiene quien le escriba» que utilizó el desaparecido concejal de medioambiente, –desaparecido en el sentido menos literal del término, entiéndame- para dirigirse a las masas enaltecidas desde el parnaso de las letras. Para que luego digan que este equipo de gobierno no hace nada, ¿Cómo que no? ¿Le parece poca cosa que nos haya puesto a todos a leer sus cartas a todas horas? Porque eso sí, hay cartas para absolutamente todo. Que no se entienden unos con otros en los plenos, carta. Que no se entienden a sí mismos en los plenos, carta. Que se insultan en las redes sociales, porque ni eso saben gestionar, carta. Que hay que justificarse de algo, carta. Que a uno lo condenan, por ejemplo, pues carta también. No será usted capaz de decirme que no es maravilloso tener un gobierno municipal tan entregado a un género tan bíblico como la epístola. Bíblico y moralizante, porque «scripta manent» que decían los clásicos, y las palabras, al final, se las lleva el viento.
A mí lo de las cartas me gusta mucho, que quiere que le diga. No hace falta que le diga que, en este país desmemoriado, que se las daba de moderno, hemos sido de escribirnos mucho. Cartas de amor, cartas de pésame, cartas de recomendación, cartas desde la cárcel…en fin. Y cartas a los Reyes Magos.
Porque, a pesar de que no hay nada nuevo bajo el sol, sí que lo hay bajo la estrella de Oriente. Aproveche y pida, que contra el vicio de pedir ya se sabe que está la virtud de no dar, una virtud muy hispánica, por cierto. Pero lo mismo si los Reyes ven el remite de Cádiz, donde gobierna el cartero del cambio, se apiadan de usted y le traen algo. Quién sabe; con un poco de suerte se inaugura la estación de autobuses o se construye el hotel del estadio…
Yo, que no soy tan optimista, me conformo con las cartas de mi alcalde –algo menos con las de sus concejales y allegados. De aquí a dos años, seguro que tenemos para una antología de premio.