OPINIÓN

El Carranza y filosofía de chanclas

El tiempo es el gran trilero de los recuerdos; con la bolita de lo que vivimos siempre nos estafa el presente

El tiempo no cura nada, son los años la herida misma. La frase no deja de ser una de estas imposturas nacidas de hacer un retrúecano (que es como los pedantes llamamos a marcarse un birlibirloque con las palabras) a un concepto de andar por ... casa. Filosofía de chanclas y camiseta de publicidad. Ésa que ahora con el nuevo Trofeo Carranza está saliendo a relucir en tantas conversaciones. Pero usted, como yo, no se va a dejar engañar. Las cuñadeces, aunque se vistan de domingo, cuñadeces se quedan.

Todos vivimos de querer resucitar un pasado que lleva más tiempo muerto que los fenicios del Museo. En Cádiz, esa obsesión de mantener al cadáver caliente tiene su remate en un callejero nostálgico que se superpone a la ciudad real. La plaza de toros, los cuarteles, el Simago... la mayoría, evocados con injusta benevolencia. A los recuerdos, como a las fotos de Instagram, los filtros les pueden sentar bien, pero falsean. Como ha sucedido esta semana con el anuncio de que el Trofeo Carranza iba a ser femenino. Ante la noticia, hay quien ha justificado su rechazo rememorando unas noches llenas de estrellas en el césped, de carnes en las brasas y de besos en los labios. Habría que recordarles que todo eso se marchó antes de que las mujeres exigieran que o jugamos todos o embarcamos la pelota. Todo cambia, todo se marcha. Como la Torre de Preferencia o –para todo queda nostalgia–, la heroína en Santa María.

Reconozco que, desde hace más de una década, el Trofeo me es tan ajeno como la aprobación de los presupuestos en Álava, como las actualizaciones del iPhone o como los agujeros negros más allá de Orión. Me da igual que se dispute en el sistema de cuatro partidos, que se haga un triangular, una liguilla o se decida en función de la suma de los DNI de los futbolistas zurdos de cada equipo. O que se suspenda para siempre. Todo lo que tuve que disfrutar de fútbol y barbacoas (con sus regates, resacas y rechazos incluidos) ya lo hice y sospecho que esta ciudad también. Pero sí me gusta que a quien se había dejado en un rincón diciéndole que no se podía, se le dé ahora el balón, de metáfora y de reglamento. Aunque la película siga sin interesarme, veo excelente el cambio en el reparto.

Pedir que nada cambie, que nada evolucione en función de unos recuerdos que son tan engañosos como un político antes de jurar el cargo es caer en la gran trampa que nos pone el tiempo, que tiene la mala costumbre de no dejarnos ver lo que tenemos delante de las narices y de hacer que a esas chanclas de nuestra filosofía se le vaya despegando un poco más la suela.

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