Montiel de Arnáiz
En el Carranza
La primera vez que fui al Trofeo Carranza fue en 1987. Aún jugaban en el Vasco de Gama Romario, Mazinho y Donato, que luego triunfarían en la Liga Española
La primera vez que fui al Trofeo Carranza fue en su XXXIII edición, en 1987. Aún jugaban en el Vasco de Gama Romario, Mazinho y Donato, que luego triunfarían en la Liga Española. El equipo brasileño se enfrentó en semifinales –y goleó– a un Sevilla en el que creo que no estaba Diego Pablo Simeone. Fue un partido bronco en el que, tras una tarascada, recuerdo a mi padre advertirme de que los centrales palanganas devolverían esa patada con intereses muy por encima del triple del valor del dinero. La final se la ganó el Vasco a uno de los mejores Cádiz CF de la historia.
Años después, aunque no muchos, me llevó mi padre –reconocido atlético– a una consolación del Trofeo que jugó el Atlético de Madrid con el Cádiz CF. Cuando llegamos a los aledaños del estadio pudimos ver a Mágico González, media hora antes del comienzo del encuentro, con cara de haber sufrido una siesta de 18 horas o de no haberla dormido, charlando amigablemente con unos niños que le habían pedido un autógrafo. Un tipo mayor, orondo y bigotudo, le dio una voz desde una de las taquillas. «¡Mago, a vestuario!». El salvadoreño echó su aromático pitillo al piso y fue gambeteando fans hasta una de las entradas del campo. Luego, en el césped, corrió como una gacela llevando al equipo amarillo a la victoria, si no me equivoco. Recuerdo, igualmente, la sorpresa y perplejidad de mi padre viéndole trotar con su arte desgarbado: «¿No decían que no sudaba en el campo? ¡Si no para de correr!».
Es probable que haya ido más veces aunque no antes que esos días que recuerdo con el candor que ofrece la memoria a quién abandonó la infancia para no volver a navegarla. Eran tiempos en los que el Trofeo Ramón de Carranza poseía prestigio internacional por su cartel. Pasados los años, comenzaron las barbacoas coincidentes con la final del torneo.
Cada vez acudía más gente hasta el punto de que era noticia obligatoria en los telediarios de agosto, que entonces sólo eran de TVE.
Ese niño que yo vestía no sospechó que treinta años después el trofeo sería mediocre y que los pinchitos se enfriarían, definitivamente y para siempre, sobre la arena.
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