La carne 'mechá' y las muñecas rusas
Cada pieza de realidad esconde otra, desde el Open Arms a la mujer que vendía droga desde el Puerta del Mar
Lo grande suele esconder lo pequeño. La realidad se nos presenta, en casa, en la comunidad de vecinos, en Cádiz y en el mundo, como un conjunto de muñecas rusas en las que cada gordita va preñada de una microgordita que la explica y completa. ... O como diría usted en el bar o Santiago Abascal en el Congreso para resumir cualquier actividad o pensamiento:«eso es como todo».
Es como todo la crisis de la listeriosis. Por encima del daño hecho y de los subterfugios empresariales para dar gato por plato gurmé, la administración ha demostrado una dejación de funciones clamorosa. Ahora, Junta y Ayuntamiento de Sevilla discuten sobre quién la tiene más larga porque, no nos engañemos, lo que más le gusta a quien ve sus barbas remojar es podar las del vecino. Las muñecas rusas de la culpa siempre tienen dentro alguien a quien cargarle el muerto, sea un funcionario, otra administración, la prensa o el último cuplé del Selu. Eso sí, cuando la metáfora cobra vida y es una andaluza la que pierde el hijo, todo se resuelve con un tuit.
Es como todo la noticia que leímos ayer de que una paciente ingresada en el Puerta del Mar distribuía droga desde su habitación. Los autónomos nunca descansan, ni cuando tienen el gotero puesto. La matrioska informativa, por encima de bromas obvias, conduce a la inevitabilidad de que hay pocos lugares a salvo de la droga. Lleven quienes estén alrededor bata, máquina de escribir o tricornio.
Es como todo la llegada de las 15 personas que iban a bordo del ‘Open Arms’ a Cádiz. Si te gustan los inmigrantes, mételos en casa, que dicen el señor de la barra y el de la barba. De momento, les hemos abierto la puerta, aunque haya demasiados que ya estén llamando al cerrajero para cambiar la cerradura. No es la primera vez que sucede. Cuenta Jorge Drexler que en el año 1939 su abuelo y su padre huyeron de la Alemania nazi en un barco al que los países negaban acogida. Todos dijeron que no cuando dijo que sí el más pobre: Bolivia. Ellos eran judíos (ya saben, los que envenenaban el agua, sacrificaban niños y pactaban con el enemigo), como lo eran los padres del Nazareno cuando todos le negaban posada. Cuando uno abre la muñequita del «no hay sitio» siempre aparece otra con otra excusa (tan elaborada como alcancen nuestro ingenio y cinismo) hasta que, al final, cuando nadie nos ve, sólo queda la auténtica razón, ésa que no queremos reconocer. Pero eso, es como todo.