Adolfo Vigo del Pino
El carné de gaditano
Cádiz, de por sí, no es una ciudad muy dual.
Cádiz, de por sí, no es una ciudad muy dual. No posee dos equipos de fútbol en la misma división para poder enfrentarnos, ni tenemos dos Esperanzas que divida a la ciudad a la hora de demostrar nuestras devociones, como se dividieron las aguas ante el paso de Moisés. Pero, sí es cierto, que llegadas estas fechas comienza la única dualidad que la ciudad posee y que no es otra que la convivencia a la par de las dos fiestas grandes de la ciudad. Bueno, una grande, el Carnaval, y otra que va a su sombra, la Semana Santa.
Entramos en esa época del año en la que, como podría escribir algún autor, los pitos de caña marcan el ritmo de la marcha ‘Amargura’, las horquillas marcan el compás del tres por cuatro, los papelillos y serpentinas adornan los cultos cuaresmales de nuestros Titulares, y se hace ‘tipo’ al compás de los varales de un paso de palio.
Es curioso que, aunque existe esa dualidad, ambas fiestas compartan casi al ochenta por ciento de las personas que las conforman. Más o menos se suele llevar bien la convivencia de ambos colectivos, aun cuando tengan roces como hermanos que somos de una misma madre, y nos encelemos unos y otros por si la ciudad trata mejor al Carnaval o al revés.
Lo que no deja de parecerme muy curioso es que hay ocasiones en las que algunos aprovechen ese altavoz público que es el Carnaval, para repartir los carnés de «gaditanismo» amparados en esa dualidad de nuestra ciudad. Desde las tablas del Teatro Falla, estos autores se permiten el lujo de marcar lo que es gaditano o no en el tema de la Semana Santa. Son capaces de tachar de poco gaditano al que se va a otras ciudades durante la semana santa. Echan en cara si gusta o no la utilización de las horquillas, o si se está a favor de uno u otro estilo de carga. Como si eso fuera suficiente para ser un gaditano de «cadi, cadi», o un simple habitante de esta ciudad trimilenaria.
Y es que hay gaditanos que se creen que para ser de esta ciudad hay que compartir los gustos que ellos tienen. Entender a la ciudad según las tradiciones que ellos se permitan establecer como gaditanas o no. O, simplemente, que si no se entra en el esquema de lo que ellos plantean no eres digno de llevar la condición de gaditano, convirtiéndote en un «parguela».
Muchos de ellos, muchos de los que critican, son los que nunca han cruzado la puerta de una casa de Hermandad o de los que no aparecen por su Hermandad durante todo el año, salvo durante la Cuaresma. Creyéndose en esos cuarenta días con la autorización por su condición de «gadita» de marcar lo que se puede o no se puede hacer en esa Hermandad.
Al final, el carnaval, que se describe como la fiesta de la democracia, se ha convertido por unos pocos en una dictadura del «gaditanismo», en el aparato propagandístico para la división de los gaditanos a la hora de entender las costumbres de nuestra ciudad.
Y mientras esto ocurre, no son capaces, salvo honrosa excepción, de criticar lo que verdaderamente le hace daño a la Semana Santa y a las Hermandades, que no es más que la ola de laicismo que nos azota últimamente. Pero, claro, eso es ponerse en contra de los que mandan y lo mismo no interesa.