Carnaval y contradicción

Los que alientan a las agrupaciones a erigirse en «sector económico y de empleo» no advierten de los inconvenientes

LA VOZ

Basta repasar la programación cultural de este verano, y la del anterior, o de cualquier otra época del año, para entender que el Carnaval, al menos en la notable porción que corresponde a las agrupaciones que participan en el Concurso del Falla, es una obsesión para el nuevo Gobierno municipal. En cada celebración, encaje o no, incluye una batalla de coplas, velada o encuentro de callejeras.

Quizás el motivo de esa preferencia sea la notable trayectoria como comparsista del alcalde, quizás radique en los fervientes y mayoritarios apoyos políticos explícitos que tienen el alcalde y su equipo entre los miembros y autores de las agrupaciones que concursan anualmente. El Ejecutivo local, tan dubitativo y parsimonioso para cualquier gestión, se mostró meteórico para hacerse con el control de la fiesta al llegar al poder y, especialmente, del Concurso del Falla. Por simbólica y reconocida que sea, por eco que tenga, no deja de ser una celebración, ocio, cultura, tradición y artesanía. Es decir, dista de ser una prioridad vital de cualquier gestión global. Aún así, nada más tener el bastón de mando trató de hacerse, con insistencia y perseverancia, con el mando de la fiesta.

Caso aparte es la fijación del propio alcalde, José María González Santos, por impulsar el Museo del Carnaval según el proyecto que considera el mejor y no el que ya estaba previsto. Ha llegado a dirigir numerosas visitas para explicar el plan y no se cansa de pedir fondos a otras administraciones. Es un equipamiento positivo, esperado y necesario pero no el que más. Además, hasta ahora es un palacio vacío que carece de presupuesto, proyecto real y contenido. En su carrera por inaugurar ese museo, el alcalde y muchas agrupaciones no se cansan de repetir que el Carnaval debe ser una nueva industria local, un nicho de puestos de trabajo, de riqueza, de intercambio de labores, creaciones, esfuerzos, actuaciones e intereses. Por lo tanto, de dinero.

Tanto ha insistido el mundo del Carnaval en pasar del terreno histórico, cultural y tradicional al de sector económico local que ahora se encuentra con un duro trago. La administración –Trabajo, Hacienda...– le piden a los actuantes que se atengan a las reglas que tienen los demás mortales: autónomos, intérpretes, trabajadores y empresarios. Cabe pensar que los que alentaron al mundo del Carnaval a iniciar este viaje deberían haber advertido de ventajas e inconvenientes, de la posibilidad de tener que pagar peajes para contribuir a las ineludibles cuentas colectivas.

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